miércoles, 11 de junio de 2014

Excepcionalismo Andino

Pocas palabras tienen una definición tan enigmática. ¿Qué es el excepcionalismo? El término fue “inventado” en EE.UU. y durante muchos años fue palabra solamente reproducida en bocas fieles al poder en Washington. El concepto forma parte del proyecto civilizador que se les vendió al pueblo norteamericano (bastión del “excepcionalismo”); un proyecto nacional basado en una visión del resto del mundo como un refugio de tiranos y retrogradas que necesitan ser iluminados por la misma gracia divina que ilumina a su nación.

Recurrir a un vehículo de transporte público tal vez ayude entender mejor el concepto. Imagínese que usted transita la ciudad bípedamente y se detiene a esperar que la luz cambie, dándole derecho a cruzar  la acera. Cuando la luz cambia a verde y usted pretende seguir su camino, un taxi se pasa “entre amarillo y rojo”, obligándolo abruptamente a detenerse. Indignado, usted fustiga al apuradito chófer. Pero ahora imagínese que usted es el pasajero de dicho taxi y observa la misma escena, esta vez dentro del vehículo y llevando mucha prisa. Su percepción de los hechos no es la misma que cuando era un peatón.

Moraleja: Cuando son los intereses de uno los que están en juego, el pasarse “apenitas” en rojo y obligar a maniobrar por su vida a un peatón es peccata minuta.

Cuando EE.UU. aplica un pragmatismo geopolítico en nombre de su seguridad nacional y agenda “democrática”, eso es condenable. Pero cuando es el pobrecito de mi, bien desfavorecido “che”, quien practica un tipo (menor e inocente) de excepcionalismo, entonces es justificable, pues.

En 1941, un editorial de la revista Life emplazaba a  EE.UU. “(a)…aceptar de todo corazón [su] deber y oportunidad como la nación más poderosa y vital del mundo; y en consecuencia ejercer sobre el mundo el impacto total de [su]  influencia, hacia aquellos propósitos que [vean] necesarios y utilizando los medios que [consideren] necesarios”. Es decir, yo (EE.UU.) debo hacer cosas medio turbias, porque yo (policía del mundo) tengo el deber moral de – a veces - torcer la ley en nombre de un bien mayor.

¿Todavía es enigmática la definición? En las relaciones de pareja también hay excepcionalismo. El equilibro de poder es – después de todo - un elemento en el proceso de amarse mutuamente. Evidentemente hay un bien común: el bienestar de la pareja. Según la hegemonía patriarcal, se justifica mentirle al conyugue en nombre de esa unión. El excepcionalismo del hombre autoriza el violar el voto a la fidelidad que impone sobre su pareja. Mentir es por bien de ambos. La mujer tampoco está exenta de “excepcionalismos” cuando se atribuye permisos que niega a su pareja, bajo la excusa que ella es moralmente superior.

El excepcionalismo andino fue célebremente enmarcado en la frase “meterle no más”. El estándar de conducta que imponemos a ex – mandatarios nacionales (ahora prófugos de nuestro tipo de justicia) que no supieron evitar que casi una veintena de personas se inmolen en una gasolinera de El Alto cuando robaban gasolina en medio de un golpe de Estado, no se aplica a un tirano-amigo en Siria, que lanza sobre civiles bombas de barril. El excepcionalismo andino tiene cientos de ejemplos enmarcados en torcidos derechos humanos, una gran reserva económica de gastos justificados y una agenda anti-terrorista salpicada de geopolítica criolla y extorsión.


El excepcionalismo andino tiene larga data. La agenda revolucionaria y anti-imperialista del Dr. Paz Estensoro, por ejemplo, tomó un giro pragmático cuando se refirió al embajador norteamericano como “el compañero Henry Holland”. Luego, en nombre de un bien mayor, emplazó a líderes de la oposición a habitar campos de concentración. El poder en los Andes – después de todo - es rey; y el rey no ha de abdicar el trono sin antes emplazar todo tipo de artimañas. Las astucias criollas están justificadas porque, cual chófer de la nación, el poderoso está justificado por su noble agenda a pasarse un semáforo en rojo. El líder de turno – después de todo – siempre lleva prisa por salvar nuestra nación.  

lunes, 9 de junio de 2014

El Dilema Atigrado

En medio de un resbalón democrático de un Tigre del Asia, en Manila se celebra el Foro Económico Mundial (FEM). Militares tailandeses intercedieron con fusiles para regresar a su nación a puerto seguro. Debido a que los votos ya no podían garantizar la estabilidad social, los militares pretenden avanzarla con la amenaza de meter bala. El Alto Mando promete regresar a los civiles el poder una vez resuelta la crisis que había empujado al Tigre tailandés al borde del abismo.

Participantes del FEM en Manila se preocupan por el crecimiento económico, una redistribución más equitativa de los ingresos del vigoroso intercambio comercial y la estabilidad política. Irónicamente, Tailandia tiene un índice de desempleo bajo. Son las reglas de juego que reparten los frutos del árbol del poder las que parecen no promover una convivencia pacífica entre facciones.

La incongruencia entre una economía pujante y una estabilidad amenazada por roces políticos conduce a los participantes del FEM a preguntarse si en el Pacífico tal vez se deba considerar una tercera vía. El Presidente latino más cercano a Asia intentó una tercera vía política, que se llamó “dictablanda”. Bajo el pretexto del terrorismo que azotaba Perú, el ahora prisionero Fujimori consideró prudente coartar algunos instrumentos democráticos, en particular la división de poderes.

Bolívar, el venezolano, era republicano. Junto al Bolívar de Tembladerani, sus victorias a nivel continental han conquistado el corazón de los bolivianos. Pero es la tercera vía del “chino” (Fujimori) la que parece ser receta favorita para un país considerado “ingobernable”. Y es precisamente allí donde yace el dilema de los atigrados.

El Bolívar ha unido a la hinchada bajo el manto del triunfo internacional. El Bolívar es hoy un equipo de futbol que goza de gran prestigio en todo el continente (no obstante su mediocre desempeño en la liga nacional). El triunfalismo bolivarista es contagioso. Y aunque los atigrados no pueden hablar en nombre de aviadores cochabambinos, petroleros cambas o los Sport Boys, muchos tigres celebran los goles de su celeste rival en cachas extranjeras.

La magnanimidad del hincha parecería ser un indicio de madurez democrática. La alternancia del poder, después de todo, es manifestación de sofisticación cívica. Los atigrados ya ganaron tres copas consecutivas. Es hora que los académicos por lo menos acaricien una.

En la próxima contienda electoral el legado de “Bolívar del siglo XXI” irá a las urnas. Al decidir si mantenemos el curso actual (que por el momento brinda buenos réditos), o nos vamos por un rumbo nuevo y desconocido, los bolivianos deberán enfrentar el dilema atigrado: hacerle barra al rival histórico, en tanto armamos un mejor equipo.

Que un bolivarista juegue para Sports Boy demuestra que no somos tan tribales como nos pintan. Por lo menos en el futbol nos permitimos abrazar la dialéctica y el lujo de defender la posición del otro. En la política la cosa es un tanto más dogmática, por lo que celebrar los logros del oponente (o entender su posición, sin demonizarla) cuesta más.

En las elecciones del 2014, posiblemente más de dos tercios desearán que gane Evo (aunque no voten por él). Unos porque su gestión (por el momento) obtiene resultados; otros porque sería injusto que sea un rival quien el 2020 pague sus facturas. A su vez, la tercera vía entre democracia idealista y un autoritarismo descarado parece ser la formula que aquí brinda estabilidad. Otrora la derecha boliviana consideraba necesaria una dosis de mano dura. “Ten cuidado con lo que deseas”, reza el refrán. 

Con satélite chino, teleférico austriaco, el trazo de una ruta hacia el Pacífico que atraviesa los Países Bajos y una economía todavía estable, será difícil no celebrar un nuevo triunfo bolivariano. Si en nombre del pragmatismo los Tigres del Asia se hacen de la vista gorda en Tailandia, los tigres de Achumani el 2014 haremos de tripas corazón. En urnas y Libertadores, ¡que gane Bolívar!