La comunicación es una empresa
frágil. El lenguaje una herramienta limitada. El malentendido entre hermanos pan
nuestro de cada día. Cada idioma posee
misterios propios de su individualidad; algunos creación de su semántica, otros
del coloquialismo propio de la idiosincrasia regional. Un tarijeño puede
encontrar en los modismos de un beniano razones para celebrar su extraño
hilvanar de las palabras, o puede confundir
en la cadencia de las silabas espetadas un insulto disimulado. Así de
frágil puede ser la comunicación.
Si incluso ciudadanos con
idéntica lengua materna pueden mal interpretar un enunciado, tanto más difícil será
traducir aquello que quieren decir habitantes de tierras muy lejanas. Si a las
limitaciones propias del lenguaje agregamos complejidades culturales,
llegaremos a la conclusión que traducir es más un arte que una ciencia. Tal es
el caso en la Península de Corea, donde dos pueblos que hablan el mismo idioma quieren
decir dos cosas marcadamente diferentes cuando dicen “libertad” y “democracia”.
El Gobierno ha designado a
Guadalupe Jim Palomeque de la Cruz como nuestra representante diplomática ante
el Gobierno de Seúl. El canciller David Choquehuanca le ha encargado a la
flamante embajadora una tarea por demás compleja: aprender de las políticas
coreanas, “que aumentaron su ingreso per
cápita de 100 dólares a 25.000 dólares por año”. Si bien la empresa de la embajadora boliviana en
la República de Corea del Sur es loable, temo que sutilezas de las políticas sudcoreanas
pudiesen perderse en la traducción.
Los Gobiernos de Alemania y
Japón, países con economías de mercado, invirtieron fuertemente en su sector
automotriz. Lo mismo sucedió en EE.UU. en tiempos recientes. La participación
del Estado en la economía no contradice una economía de mercado. Por ende, la
participación del Gobierno de Seúl en su economía no es evidencia que el
milagro de los Tigres de Asia se deba a un exacerbado estatismo; el milagro
sudcoreano se debe precisamente a que supieron instituir una economía de
mercado.
Economías de mercado en el
globo entero dependen de pequeñas empresas. Estas pequeñas empresas (menos de
500 empleados) constituyen el 70% los nuevos empleos en EE.UU. En Japón, de las
874,471 de las plantas de manufactura, el 75% emplean menos de 10 trabajadores.
La presidenta sudcoreana Park Geun-hye dijo recientemente, "Tenemos que
convertir la estructura económica actual, que se centra en las grandes
empresas, en una estructura económica en la que se desarrollen simultáneamente
las exportaciones e importaciones y las pequeñas y medianas empresas (PyME) y
conglomerados".
En cualquier economía uno
tiene tres opciones: crear su propia empresa, trabajar para un empresario o ser
empleado del Estado. En cualquier economía, no se puede pasar de un ingreso per
cápita de 100 dólares a 25.000 dólares por año, cuando el principal empleador
es un político asalariado.
La economía es una empresa
frágil (Unión Soviética). El mercado una herramienta limitada (Europa). El
malentendido entre vecinos pan nuestro de cada día (USAID). Pero acusar a un
modelo que saca a miles de millones de la pobreza de ser una “conspiración
elitista” es usar una semántica anacrónica. La historia e ingreso per cápita en
los diferentes modelos de desarrollo tendrán la última palabra. La historia no se acaba con una bonanza
energética en el Nuevo Mundo.
El avance de justicia social e
igualdad no es monopolio ideológico, es un factor de la productividad. Si bien
es cierto que la especulación financiera es un cáncer que amenaza la economía, en
el Caribe traducen mal la crisis actual en la economía global cuando
caricaturizan al mercado con un lenguaje propio de la Guerra Fría. Las pequeñas
empresas innovan, compiten y desarrollan manufactura, para crear empleos
sostenibles. Esperemos que la
experiencia de la embajadora en una de las dos Coreas no se traduzca en
cancillería (por lealtad ideológica), al modelo de desarrollo de Kim Jong-il.
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