Un
sargento en la infantería de Marina norteamericana fue tomado prisionero en
Irak por Al Qaeda el 2003. Ocho años más tarde, cuando daban
por muerto al sargento Brady, fue rescatado. Debido a las extrañas circunstancias
de su reaparición, una agente de la CIA sospechó que Al Qaueda había logrado
lavarle el cerebro al sargento, quien regresaba a EE.UU. para ejecutar un
complot terrorista. Sin autorización legal, la agente Mathison instaló en el hogar de Brady un sistema de
circuito cerrado, para observar las intimidades de su vida privada.
En
un episodio de la vida-imitando-al-arte, el recientemente defenestrado director de la CIA
- general David Petraeus - ha visto su carrera profesional truncada debido
secretos su vida privada; secretos hechos públicos debido a que espías del FBI
espiaron al espía mayor. Sienta lo que usted sienta de la CIA y sus jefazos,
detrás del caso hay principios sobre la ley, privacidad y ética que cualquier individuo,
capaz de entender conceptos más allá de los dictados de las vísceras, habrá de
encontrar fascinante.
El
jefe de los espías de la CIA cayó en desgracia porque una guapa y voluntariosa
mujer de buenos contactos sedujo a un agente del FBI, convenciéndolo que solicite
investigar correos electrónicos “amenazantes”. Utilizando la tecnología a
disposición del FBI, llegaron a la fuente de las cibernéticas amenazas: nada
más ni nada menos que la amante de Petraeus, el espía mayor.
Tener
una amante no es un crimen (por lo menos no ante la ley humana), ni puso en
peligro la seguridad de los EEUU. No obstante, ante una falta moral que le
restaba legitimidad en su capacidad de mando, el general Petraeus renunció. El
verdadero crimen lo cometió el FBI, al no obedecer el protocolo básico que
autorice entrometerse en la vida privada de un ciudadano. Gracias a la
testosterona de un agente del FBI, la agencia más odiada del planeta vio caer –
por espionaje – al encargado de espiar al mundo entero. ¡Qué ironía!
El caso
del sargento Brady y la agente Mathison es ficción; parte de Homeland, una
serie por demás intrigante. El caso de la red de corrupción en Bolivia,
supuestamente organizada por la CIA, es demasiado real. Muchas aristas tiene el
caso, no la menor de ellas la concentración de poder en manos de fiscales
influenciables por agentes del órgano Ejecutivo. Otro tema (de varios) es el
principio de privacidad.
Ante
la presión y demanda popular de enfrentar la corrupción, no faltaron voces de
muy alto nivel, que sugerían desarrollar una “base de datos” de funcionarios
públicos, para entrever quienes tenían deudas u otras razones para
delinquir. Como bien decía el presidente
de The Strongest, tener deudas no es delito. En otras naciones, tener una deuda
es visto como algo bueno, como señal de responsabilidad y desarrollo personal.
Pocos tenemos plata para pagar una casa o auto en efectivo. Preocuparnos
debería que alguien no deba nada.
Pero
en el país de las maravillas, el extorsionado es el criminal y espiar a
funcionarios públicos – sin un protocolo básico que autorice entrometerse en la
vida privada – puede parecer una buena idea. Los crímenes y la corrupción deben
ser aplastados. Ojalá la oposición no juegue a la política con este caso, ni se
alegre de que funcionarios públicos puedan ser investigados de oficio. Ojalá
que el remedio no sea peor que la enfermedad. La privacidad es un derecho
sacrosanto, incluso si aquel que es espiado está en la compañía de una
organización que no nos simpatiza.
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