Herencia del reduccionismo
científico es la obsesión con las categorías. Sin una aplicación precisa de las
matemáticas, no hubiese sido posible el triunfo de la ciencia moderna. Aristóteles
desarrolló la doctrina de las esencias para cuantificar de manera objetiva
aquello que observamos. Aquellas propiedades “accidentales” o “secundarias”,
como ser sabor, color, olor (sujetas a la subjetividad humana), debían ser
diferenciadas de características esenciales, como ser forma, número, duración y
posición, que son propiedades medibles, no sujetas a la distorsión de los
sentidos.
Platón colocó la “esencia” de
las cosas en una esfera de lo eterno, donde nada cambia. En ese reino platónico
de las Formas perfectas, habitan los arquetipos divinos que inspiran las copias
imperfectas que hacen el mundo material. Aristóteles no estaba de acuerdo con
estas abstracciones. Desarrolló una teoría que, en vez de ver el proceso de
transformación de la materia como evidencia del caos terrenal, veía el cambio
como el ímpetu de la materia de alcanzar su verdadera forma. El embrión se
transforma en niño, adolecente y forma final en la madurez.
La semilla se convierte en roble.
Gracias a Aristóteles el ser
humano pudo observar los cambios en la naturaleza como parte del diseño
cósmico, en vez de contemplar el mundo abstracto e inmutable de las Ideas. Pero
por grande su aporte a la ciencia, Newton y Descartes redujeron el mundo a un
ente mecánico, de piezas en movimiento que debían ser sujetos a una precisa taxonomía.
Ese ímpetu reduccionista cambió con la llegada de Darwin. En vez de un mundo
atomista reducido a la observación de cambios en posición, el ser humano empezó
a contemplar la adaptación de las especies.
El oscurantismo ignorante, que
supone que Darwin propuso la “supervivencia del más fuerte” aun opaca su genio.
Lo que aportó a la ciencia es una comprensión de cómo la selección natural
desarrolla mejores estrategias de supervivencia, entre ellas la conducta
superior en especies sociales: la cooperación. Darwin no conocía el mecanismo
de reproducción genética, otro gran avance en nuestra comprensión del proceso
de transformación de las especies. Los genes garantizan la diversidad en la
naturaleza. La unidad es una empresa humana.
Las sociedades modernas
desarrollan censos para determinar transformaciones sociales, necesidades
regionales y proporcionalidad en la representación política. Si bien la
definición biológica de raza es prohibida, en el censo 2012 se intentará medir
la proporcionalidad de las diferentes categorías étnicas que componen nuestra
nación. Este ejercicio cuantitativo se ve empañado por una pugna política entre
bandos cuya identidad es tan fluida como el contenido genético de cada
generación.
La categoría “mestizo” no ha
sido incluida en el censo. Aquellos que no se identifican con alguna de los 36
pueblos indígenas originarios deberán identificarse como “ninguno”. Será lamentable
que aquellos empresarios privados de herencia aymara, que no comulguen con el
gobierno actual, marquen “ninguno” simplemente por consigna política. Lamentable
también será que se manipule el censo para conferir representación y poderes
desproporcionados.
El censo debería ser una
herramienta para avanzar políticas de Estado, no para hacer política sectorial.
El reduccionismo es antipático y la identidad étnica una identidad fluida. Pero
cuantificarnos bien es un deber cívico. Habría que dejar las consignas para
futuras campañas, no para los resultados del censo actual. No obstante, parece
que será difícil categorizar nuestra esencia plurinacional.
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