Con Maquiavelo empiezan las
ciencias políticas. Con su libro, El
Príncipe, nace una teoría de conspiración. Se rumora que los consejos brindados
al mandatario eran, en realidad, una artimaña para terminar con su reinado. Por
ejemplo, Maquiavelo aconseja al Príncipe acercarse al pueblo, para ganar su aprecio
y legitimidad. Tal vez, en realidad, Maquiavelo quería que se mude de su castillo
en el campo, al palacio en Florencia, lejos de la protección de murallas y
mercenarios extranjeros. Con el Príncipe más cerca, el pueblo podría dejarse mejor
escuchar. Si El Príncipe fue un ardid,
Maquiavelo no dejó de ser un republicano, enemigo de la monarquía.
Si alguien aconseja desarrollar
alternativas para que habitantes del TIPNIS salgan de su aislamiento, ¿será con
trampa? Sugerir, por ejemplo, desarrollar vías de transporte masivo fluvial,
para aprovechar los canales naturales que brinda la Amazonia, con caminos
rurales de bajo impacto ambiental, que
conecten puertos y comunidades, ¿es un ardid?
Una alternativa para el
predicamento de los habitantes más postergados de Bolivia podría incluir el
designar un presupuesto para construir hospitales en sitios estratégicos,
desarrollar un programa de trabajo social, para llevar capacitadores a regiones
incomunicadas. El agua potable no llegará por carretera.
Si el objetivo del actual
mandatario es ser reelegido a toda costa, un buen consejo sería no incurrir en
el alto costo político de insistir con esta carretera, por muy buenos los
resultados de la consulta. Si la mira ha sido fijada en el 2014, un golpe de
timón en el TIPNIS es – a todas luces – la manera más cauta de proceder.
En otras palabras, si la
prioridad es ser reelegido, entonces lo más razonable es dejar el proyecto de
carretera por el TIPNIS para otra generación. Con una serie de pequeños
proyectos diseñados para proteger y mejorar la calidad de vida de los
habitantes del Isiboro Sécure, el presidente Morales reduciría
considerablemente la factura electoral creada por el impasse entre indígenas.
Si acaso hubiese artimaña en
el consejo, posiblemente no consista en que hagan caso del consejo. Tal vez consista
en profundizar las consecuencias de que no lo hagan y se proceda a toda costa
con el proyecto de integración. Es decir, el maquiavelismo consiste en el
desgaste político causado al no haber un cambio de dirección. En Florencia del
Medievo, ello equivaldría a empecinar al Príncipe a que construya su castillo, ignorando
posibles reclamos.
Admiro la entrega y
obstinación con la cual el Gobierno intenta equilibrar su discurso pachamamista de preservación con un
discurso enfocado en el desarrollo. Siendo
que mi escepticismo no es selectivo, confieso que (por grande el “efecto dominó”)
aun no me convence que una carretera (en sí) ocasionaría el anunciado
apocalipsis ecológico. ¿Cuál es el mejor consejo? ¿Empecinarse con un proyecto
potencialmente impopular? ¿O alzar las manos y ceder ante la presión de algunos
sectores indígenas y sociales?
Si alguien llegase a sugerir
que - a cualquier costo político – se integren los dos océanos a través del corazón
del TIPNIS, podría estar pecando de doble-astucia. Un buen consejo tal vez es desistir, crear un comité multipartidista
que proponga alternativas para la salud, educación, transporte masivo y agua para
los pueblos consultados, dar un paso atrás y buscar una mejor batalla. Temo,
sin embargo, que cuando no hay debate que valga (ni, supuestamente, oposición) todo
consejo estará destinado a ser tomado como ardid.
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