Neutrinos atrevidos; acaban de violar la ley. La física sentenciaba que la velocidad máxima del universo es la velocidad de la luz. Albert Einstein ahora observa resignado esta nueva extravagancia cósmica, evidencia adicional que - en el plano del espacio - existen más una decena de dimensiones (Teoría de Cuerdas). Violar esta ley universal ayuda a crear otras dimensiones del tiempo, algo que habían intuido los griegos con su diferenciación entre el tiempo Kairos y el tiempo Cronos. El primero es un sublime “aquí y ahora”, un instante cuando se abandona la mente para entrar en sintonía con la musa. La segunda dimensión del tiempo es una medida cuantitativa, que deduce una secuencia de eventos mundanos.
Los economistas miden la “velocidad del dinero” para determinar qué tan rápido un billete cambia de manos, información que permite evaluar tendencias a la inflación. Otra velocidad es la del “proceso de cambio”; la velocidad a la cual se expande el universo; o la velocidad de los niños, que siempre crecen demasiado rápido. Cada velocidad tiene dimensiones propias. Una hablará de la salud de la economía, otra de lo difícil que había sido cambiar, otra de la proximidad de la muerte. La única ley universal es aquella que dicta que todo deberá transformarse.
Si acaso existe una velocidad de tortuga, es la tortuosa velocidad de la evolución. La evolución es la manera como Dios escucha y hace milagros en el plano material. ¿Evidencia? Hace 65 millones de años la Tierra casi desaparece debido al impacto de un meteoro, que sacudió la corteza con la fuerza de mil millones de bombas atómicas. La muerte se apoderó de nuestro planeta, pero la vida supo adaptarse, regenerarse y abrir un espacio a la poesía, amor e inteligencia. ¿Evidencia? Los genes existen. No son invento del diablo. Aquellos que dudan de la evolución, que busque fósiles prehistóricos de perros chihuahua o pequineses. Encontrarán tan solo lobos, antepasados de nuestra mascota más fiel, que ha sido manipulada por el hombre para crear miles de diferentes expresiones del arquetipo Canis lupus.
Gracias a su capacidad de dibujar mapas que reflejan diferentes dimensiones de la realidad, el humano también evolucionó. Pero, por tradición o ignorancia, el humano sigue utilizando un decrépito mapa binario y medieval para forzar juntas realidades que no corresponden dentro de un mismo espacio. Esta limitación (más que ignorancia) se debe a que la cosmovisión actual - sea aymara, occidental, maya o islámica - ha sido arraigada por un mundo lineal. Nadie tiene la culpa. El cerebro izquierdo domina aún y la evolución siempre es gradual.
El dogma modernista está siendo violado. Ahora corresponde deconstruir el mundo deconstruccionista del postmodernismo, donde todo es “relativo” y cultural. En un salto cualitativo (equivalente a saltar del sartén al fuego), abandonamos las certezas del mundo cartesiano-newtoniano, para caer en las garras del mundo subatómico, donde la incertidumbre de la trayectoria del electrón nos sume en un nihilismo igualmente destructivo. La vida es compleja y no amerita reducirla a la pasión científica por el determinismo, o desprecio romántico de la certeza, pretendiendo imponer tan solo unas cuantas dimensiones.
Más allá del conflicto primitivo entre el interés personal y la solidaridad de grupo ( ambos instintos elementales); más allá de la caricatura del “bien” y el “mal” y dogma ideológico/ religioso, existe un mundo complejo, cuyos mapas recién empezamos a esbozar. Más allá de hubris humano (ver: “Icaro”) hay un universo lleno de ciclos de vida, de muerte y de creación. Para aquellos interesados, investiguen a Ken Wilber, profeta de la integración. Mi espacio, lamentablemente, aquí muere.
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