domingo, 12 de julio de 2009

Me Someto

Nuevas generaciones habrán de perfeccionar el modelo bolivariano. Siendo la versión actual apenas un primer intento - casi por definición - está repleto de omisiones. La evolución es un hecho irreversible que exige a los que llegan últimos mejorar lo que hicieron los primeros. Los recursos mentales parecen ser infinitos, pero son siempre limitados. Por ende, por mucho que se inviertan vastas energías, resulta imposible acelerar el proceso.

Paso a paso, error tras error, la juventud mejora la capacidad del sistema de lograr en la práctica lo que se propusieron otros en teoría. La información necesaria no existe independientemente del proceso, sino que se va creando mediante una interacción entre voluntad política y cascada de consecuencias que van calando potenciales senderos. En un espiral de consecuencias, nuestros actos colectivos van forjando el nuevo entorno, el cual determina a su vez un nuevo ramillete de posibilidades a seguir. Tal fue el caso del pueblo Alemán, cuya ancestral sabiduría se traduce en una sociedad próspera, democrática y tolerante, después de mil años.

No fue así siempre. El ahora caído muro de Berlín fue testigo silencioso del trauma de un pueblo ideológicamente polarizado; sangre y lágrimas derrochadas en un muy largo proceso histórico, cuyos frutos eran inconcebibles hasta hace apenas dos generaciones. En lugar de imponerse los unos a otros, alemanes buscan integración, comprensión, intercambio y hermandad con otrora rivales de toda la vida. En lugar de fantasmas del pasado, el pueblo alemán ahora busca consensos, utilizando ideas y herramientas que funcionan en la práctica, en lugar de las rimbombantes consignas que alguna vez lograron movilizar al Volk.

No siempre fue así. Derrotar una conspiración internacional - encarnada por judíos - fue hace apenas dos generaciones la causa sagrada y milenaria del pueblo alemán; decidido a reconquistar sangre y tierra (Blut und Boden). El consumismo y hedonismo capitalista obligó la implementación de un estado totalitario al mando del Führer, única alternativa para un pueblo alemán determinado a reconquistar su historia y reconciliarse por fin con su verdad eterna, inmutable, incuestionable.

El proyecto político del nacionalismo socialista sometió todo argumento racional a las ardientes pasiones que emanaron de un pueblo comprometido emotivamente a derrotar a los fantasmas del pasado. Afortunadamente los contrastes con el proceso actual son mayores que las coincidencias. No obstante, de haber sido la revolución bolivariana implementada en 1933, sus métodos tal vez serían otros, posiblemente mejor alienados a los elevados propósitos de salvar al pueblo de la contaminación de ideas judías (léase “oligarquía”).

En Alemania más de una vez se impuso una visión etno-nacionalista. Los neo-judíos del 2009 debemos resignarnos a que – por ahora - las únicas ideas que transiten por el espacio mental sean aquellas ideas legitimadas por los patriotas. El único intercambio de ideas legítimo en tierras bolivarianas es entre los representantes del nuevo amanecer. Llegará el día que nuevas generaciones una vez más discutirán ideas, en lugar de resguardar la pureza de consignas y doctrinas. En el ínterin, se nos puede poner morada la cara proponiendo las mismas políticas del Presidente de Brasil, Luis Ignacio Lula da Silva. Pero si incluso la impureza socialista y herejía de la presidente Bachelet será castigada por los movimientos sociales, someterse a la nueva hegemonía es anticiparse al espíritu de imponerse con su “solución final”.

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