La narrativa de los dos grandes titiriteros fue irracionalmente exuberante: los precios de bienes raíces seguirían subiendo según capitalistas; socialistas promulgaban el precio de materias primas no bajarían nunca jamás. Occidente seguiría pagando sus hipotecas; mientras que Oriente ejercería permanente presión sobre la demanda del petróleo, acero y gas. La reciente experiencia dicta que dos “narrativas” deben ahora ser desenmascaradas: pagar inversiones con papeles inservibles para subvencionar la economía de los ricos y manipular los tesoros del subsuelo para subvencionar agendas políticas.
Narrativa no es lo mismo que estrategia. La primera señala la dirección; la segunda define el camino. La narrativa responde, por ejemplo, “¿qué vamos a hacer con nuestro poder?”. Con una nueva narrativa, Obama debe enfrentar varias crisis. En cuanto a la economía, Obama reitera que su pueblo “lo puede todo”. En cuanto a la guerra en Irak, la narrativa es que la guerra fue para liberar al mundo de la tiranía de Saddam Hussein. En el primer caso es una arenga ya conocida. En el segundo, la diferencia no es sutil. Se suponía que el objetivo eran las armas de destrucción masiva. Parece que dorar la píldora es narrativa necesaria cuando la medicina sigue siendo amarga.
No es sido fácil construir una narrativa que – como dice Obama – ayude redirigir la gigantesca estructura del Estado hacia un puerto diferente. Más que ser precisa, la narrativa debe ser capaz de dirigir nuestra energía en alguna dirección. El poder del pueblo norteamericano será utilizado por Obama para estimular la economía mediante la inversión pública en programas sociales. Crear en Irak otro vacío de poder sacando las tropas invasoras mañana sería irresponsable. Espero que incluso los fanáticos sofistas puedan aceptarlo. La nave del Estado no es una bicicleta; necesita tiempo para girar a la izquierda, en EE.UU o en Irak.
Somos diferentes. La tensión entre nuestras diferencias permite un contrapeso sin el cual no es posible el equilibrio. Es bueno tener diferencias. La naturaleza ha demostrado que en proceso evolutivo es prudente tener más de una alternativa, sea biológica o ideológica. Las circunstancias siempre cambian, por lo que se necesitarán diferentes herramientas, dependiendo de lo que la circunstancia dicta. Pero por virulentas las criticas y profundas las diferencias ideológicas, la oposición respeta la investidura del poder del pueblo que ha sido conferido al Presidente Obama. Claro que Obama no pretende someter al Poder Judicial, utilizar tropas para imponer la presencia del Estado en Alaska, o embargar en odio al pueblo norteamericano.
El tercer mileno puede ser uno de esperanza; de un cambio que brinde la oportunidad de construir una mejor Bolivia. Pero la narrativa pretende convencer al pueblo que, lejos de haber salido vencedor, está a punto de ser vencido. Una vocifera minoría sigue atizando el miedo y paranoia colectiva. En EE.UU. la narrativa de la derecha es que Obama es un socialista que prepara el camino para el anti-Cristo (Tim Lahaye). En Bolivia, en lugar de construir una narrativa con lo mucho que en nuestra convivencia democrática ha funcionado, la izquierda y derecha insisten en contestar “quiénes somos” con un rotundo, “¡victimas del poder!”. Ningún extremista teme se siga sembrando semillas de una mayor polarización. Una narrativa que nos convierte en derrotados tal vez mejor avanza su agenda personal. Pero una nación repleta de extremistas que invariablemente bloquean toda energía no es narrativa sui genesis; es estrategia sui caedere.
Flavio
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