“Integrar o no integrar, esa es la cuestión”. Ilusos hijos del siglo XXI. Pensaron que la globalización permitiría levantar el ancla del tribalismo, para navegar aguas futuristas. Pero la integración de mercados choca estrepitosamente con el cerco que impone Grecia, cuna de la democracia. En el continente más sangriento de la historia parecía que enemigos ancestrales iban a intercambiar límites territoriales por una moneda común. Pero con un euro victima de la actual crisis financiera, globafóbicos apóstoles de la desintegración se regocijan ante la posibilidad de que el mayor proyecto de mercado común sea un fracaso.
Problemas en común requieren una mínima organización. Tal es el caso de la inevitable metropolización de la sede de gobierno. Primero con su hermana gemela de El Alto, luego con Achocalla, Palca y Mecapaca, la planificación urbana deberá ser cada vez mejor coordinada. Vivir en sociedad, después de todo, implica también resolver juntos problemas de vialidad, alcantarillado, seguridad, manejo de desechos, electricidad y agua potable.
Una campaña mediática del Ministerio de Comunicación culpa la mengua de nuestro territorio nacional a la falta de integración. El relativismo que reina, sin embargo, parece determinar que algunas integraciones son legítimas, mientras que otras integraciones son nocivas (nocivas para reproducción del poder). Es así que los municipios que hacen a la gran urbe asentada a lo largo del Choqueyapu, en faldas del Illimani, chocan estrepitosamente con el cerco que impone el implacable pragmatismo político. Por encima de cualquier consideración de planificación, coordinación o mínima legalidad, cuando de repartir la torta se trata, la integración deja de ser imperativo.
La tesis detrás de la carretera a pasar por el TIPNIS es integración; una racionalidad que al final de cuentas es económica. En este territorio de naturaleza prístina se puede entrever con claridad que el meollo de nuestras pugnas ideológicas es el cochino dinero. Por el corazón de la integración pasa la agenda de redistribución; del poder político y recursos económicos. Tal es el caso de la gran metrópolis paceña, una coincidencia de la historia que resalta en simétrica ironía los ímpetus de la naturaleza humana y el incontrolable apetito por expandir el control sobre territorios.
No obstante la evidente raíz de nuestros problemas en la pugna por el poder, algunos trasnochados pretenden reducir el conflicto entre municipios paceños a una discriminación de la urbe hacia sus vecinos rurales, utilizando la carta “racista” para disimular los avasallamientos de tierra de municipios expansionistas. Si bien la tecnología, redes sociales, interdependencia económica ente comunismo (China) y capitalismo (EE.UU.) hacen de la integración e interculturalidad un ímpetu incontenible, en la sede de gobierno de Bolivia la coordinación y planificación intermunicipal se ve sometida al cerco político. Es así que experimentamos un paralelismo lleno de contradicciones, con un llamado - por un lado de la boca - a la integración del territorio boliviano, cuando simultáneamente (en territorios que hacen la urbe interconectada de la sede de gobierno) se promueve la desintegración.
Pugnas por territorios ancestrales hacen imposible cualquier planificación y coordinación que permita desarrollar un proyecto nacional o intermunicipal. Síntoma del problema es la pugna mediática por la verdad. En esa pugna de palabras resulta que no es legítimo argumentar que en el TIPNIS existe el peligro de un avasallamiento quechua-aymara (reventar) sobre indígenas de tierras bajas. Pero cuando se trata del municipio de La Paz y su defensa de límites limítrofes legales, no les tiembla la boca a los de doble moral cuando acusan al alcalde paceño de “racismo” y “discriminación”.
Otro ejemplo de contradicción es el desbloqueo a la fuerza en Camiri, a la vez que las fuerzas policiales observan impávidas atropellos en Yucumo, donde se impide a la fuerza a ciudadanos transitar libremente por carreteras existentes. Temo que lo que se vive en Bolivia no es un proceso de integración, sino el gradual desgaste de la demagogia de quienes no temen defender su poder y privilegio, incluso al precio de defender contradicciones que merman nuestra propia democracia.
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martes, 20 de septiembre de 2011
Intermunicipalidad
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jueves, 8 de febrero de 2007
Cotidianidad Racista
Publicado en La Razón y La Prensa, miércoles 6 de abril de 2005
Dudo en el alma que el Presidente Mesa tenga un solo hueso racista en su cuerpo. Sin embargo, si me baso estrictamente en su elección de palabras en un discurso reciente, podría suponer lo contrario. En éste, Mesa advierte que no es el quien se ve perjudicado en lo personal por los bloqueos, si no los “Mamanis, Quispes y Condoris”. Pudo haber sido igualmente efectivo en su mensaje simplemente diciendo “Afecta al ciudadano común”.
Pero es tan habitual esta visión de un país dividido por raza, que incluso un maestro en la comunicación, como es el Presidente Mesa, cae en la trampa de hacer una connotación étnica para referirse a “los de abajo”. “¡Exquisiteces semánticas!”, dirán algunos. Lo más preocupante es que, al igual que un alcohólico difícilmente reconoce su condición, la colectividad ve al racismo casi como un hecho cotidiano, cuando en realidad es un mal social.
El laberinto que presenta nuestras inconscientes e irreflexivas actitudes es que demuestran una incapacidad de identificar un gran escollo para el desarrollo de nuestra nación. Es decir, fracasamos en lo más básico: el reconocer que nuestro racismo es parte integral de esta crisis. Y al no reconocer el papel que juega nuestro propio racismo, pareciera que inevitablemente nos encaminamos hacia el barranco de una polarización étnica-violenta de nuestra sociedad.
Ahora pasemos a la reflexión. ¿Si el racismo es un problema, entonces cual es la solución? Empecemos otra vez por lo más básico. Nadie inteligente podría objetar el derecho individual de tener como amigo o amante a quien habla, camina, gesticula, y se viste igual. No se trata de querer a quien es diferente, si no de cuidar a quien es diferente, por que al cuidarlo te estas cuidando a ti.
Una sociedad que aspira a un desarrollo sostenible en el tiempo, entiende que su recurso más valiosos es su gente, y entiende a su vez que el desarrollo solo es posible cuando ese recurso humano está siendo cuidado en lo físico, mental y psicológico. Esto implica que la población, sin importar su raza, recibe capacitación, se le brinda en lo posible salud, y se gesta una cultura en la cual todos puedan sentirse orgullosos de su identidad.
Una sociedad que entiende, que realmente entiende, que el racismo es un cáncer social, lucha por crear condiciones para que todos podamos aspirar a elevar nuestra auto-estima y nuestra condición.
En su lugar tenemos reaccionarios en ambos lados. En una esquina están los dirigentes sindicales que ven en los argumentos raciales un vehículo para avanzar una anarquista agenda política cuyo único objetivo es el poder. En la otra esquina están quienes inflan sus precarios egos cada vez que exclaman “¡Indio!”, y utilizan este vocablo peyorativamente para expresar su comprensible malestar.
Ahora seamos claros. El superar el racismo no necesariamente obedece a consideraciones altruistas o morales. Obedece fundamentalmente a lo que se maneja hoy como un “interés personal iluminado”. Hay que abandonar nomenclaturas culturales que dibujan una división entre compatriotas no por “buenos tipos”, si no para hacer viable para nuestros hijos una nación. Porque una nación que fracasa en crear condiciones para que sus mujeres y sus hombres se comprometan al bien común porque creen que reciben un trato justo y digno, acorde con sus esfuerzos y capacidad (y no su raza), es una sociedad subdesarrollada por definición.
Un pueblo a quien sistemáticamente se lo denigra, que se lo atropella con el lenguaje y que a raíz de ello supone que es inferior, jamás será capaz de comprometerse al proyecto de una nación que lo maltrata, y jamás será el pueblo productivo que compite de igual a igual con los demás.
Para los cansados de los bloqueos la siguiente reflexión. Un alcohólico debe reconocer su condición por el bien de su integridad física y mental. De igual manera, un racista debe reconocer su condición, sea ésta consciente o determinada por la sociedad, por la integridad de una nación herida y dividida, y para poder aspirar a un futuro mejor.
El racismo es un crimen contra todo el pueblo boliviano, y los bloqueos son también un crimen contra todo el pueblo boliviano. Ahora los dirigentes sindicales quieran dividir para gobernar, utilizando la carta racista. Dos crímenes no hacen justicia, pero ¿Quién los puede culpar?
Dudo en el alma que el Presidente Mesa tenga un solo hueso racista en su cuerpo. Sin embargo, si me baso estrictamente en su elección de palabras en un discurso reciente, podría suponer lo contrario. En éste, Mesa advierte que no es el quien se ve perjudicado en lo personal por los bloqueos, si no los “Mamanis, Quispes y Condoris”. Pudo haber sido igualmente efectivo en su mensaje simplemente diciendo “Afecta al ciudadano común”.
Pero es tan habitual esta visión de un país dividido por raza, que incluso un maestro en la comunicación, como es el Presidente Mesa, cae en la trampa de hacer una connotación étnica para referirse a “los de abajo”. “¡Exquisiteces semánticas!”, dirán algunos. Lo más preocupante es que, al igual que un alcohólico difícilmente reconoce su condición, la colectividad ve al racismo casi como un hecho cotidiano, cuando en realidad es un mal social.
El laberinto que presenta nuestras inconscientes e irreflexivas actitudes es que demuestran una incapacidad de identificar un gran escollo para el desarrollo de nuestra nación. Es decir, fracasamos en lo más básico: el reconocer que nuestro racismo es parte integral de esta crisis. Y al no reconocer el papel que juega nuestro propio racismo, pareciera que inevitablemente nos encaminamos hacia el barranco de una polarización étnica-violenta de nuestra sociedad.
Ahora pasemos a la reflexión. ¿Si el racismo es un problema, entonces cual es la solución? Empecemos otra vez por lo más básico. Nadie inteligente podría objetar el derecho individual de tener como amigo o amante a quien habla, camina, gesticula, y se viste igual. No se trata de querer a quien es diferente, si no de cuidar a quien es diferente, por que al cuidarlo te estas cuidando a ti.
Una sociedad que aspira a un desarrollo sostenible en el tiempo, entiende que su recurso más valiosos es su gente, y entiende a su vez que el desarrollo solo es posible cuando ese recurso humano está siendo cuidado en lo físico, mental y psicológico. Esto implica que la población, sin importar su raza, recibe capacitación, se le brinda en lo posible salud, y se gesta una cultura en la cual todos puedan sentirse orgullosos de su identidad.
Una sociedad que entiende, que realmente entiende, que el racismo es un cáncer social, lucha por crear condiciones para que todos podamos aspirar a elevar nuestra auto-estima y nuestra condición.
En su lugar tenemos reaccionarios en ambos lados. En una esquina están los dirigentes sindicales que ven en los argumentos raciales un vehículo para avanzar una anarquista agenda política cuyo único objetivo es el poder. En la otra esquina están quienes inflan sus precarios egos cada vez que exclaman “¡Indio!”, y utilizan este vocablo peyorativamente para expresar su comprensible malestar.
Ahora seamos claros. El superar el racismo no necesariamente obedece a consideraciones altruistas o morales. Obedece fundamentalmente a lo que se maneja hoy como un “interés personal iluminado”. Hay que abandonar nomenclaturas culturales que dibujan una división entre compatriotas no por “buenos tipos”, si no para hacer viable para nuestros hijos una nación. Porque una nación que fracasa en crear condiciones para que sus mujeres y sus hombres se comprometan al bien común porque creen que reciben un trato justo y digno, acorde con sus esfuerzos y capacidad (y no su raza), es una sociedad subdesarrollada por definición.
Un pueblo a quien sistemáticamente se lo denigra, que se lo atropella con el lenguaje y que a raíz de ello supone que es inferior, jamás será capaz de comprometerse al proyecto de una nación que lo maltrata, y jamás será el pueblo productivo que compite de igual a igual con los demás.
Para los cansados de los bloqueos la siguiente reflexión. Un alcohólico debe reconocer su condición por el bien de su integridad física y mental. De igual manera, un racista debe reconocer su condición, sea ésta consciente o determinada por la sociedad, por la integridad de una nación herida y dividida, y para poder aspirar a un futuro mejor.
El racismo es un crimen contra todo el pueblo boliviano, y los bloqueos son también un crimen contra todo el pueblo boliviano. Ahora los dirigentes sindicales quieran dividir para gobernar, utilizando la carta racista. Dos crímenes no hacen justicia, pero ¿Quién los puede culpar?
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