Existe un conflicto
constitucional dentro del electrón. Las leyes newtonianas no supieron
comprender una dimensión donde una partícula se comporta como partícula y como
onda a la vez. Luego, hace casi un siglo, se descubrió que la ley de la
gravedad no gobierna el mundo infinitesimal. La contradictoria naturaleza de la
realidad ahora obliga a la física a utilizar a veces una teoría; a veces otra
(Einstein). Lejos de un conflicto intratable, lo que existe en el mundo de la
materia es complementariedad.
Parece que la misma dualidad
partícula/onda del mundo de la física se reitera en el mundo de la política. La
libertad, por ejemplo, puede ser “positiva” o “negativa”, dependiendo de la
visión que tenga el individuo. La libertad positiva es la capacidad de los
individuos de crear una mejor sociedad. Es decir, la libertad positiva es la
libertad de juntos construir utilizando el andamio del Estado. Esta libertad
“por algo” es la libertad del socialismo, un espíritu guiado por el sueño de un
mejor futuro.
En contraste, existe la
libertad negativa; una independencia de la discrecionalidad del otro. Es decir,
en la libertad negativa los individuos quieren ser libres de las imposiciones
por parte de los poderosos. Todo sistema político requiere “poder” y el poder
tiende a imponerse. Por ende, la libertad negativa es una libertad liberal y es
la libertad “del otro”.
La fuerza de la acción
colectiva es fundamental en la construcción de lo común. La fuerza del
individuo también es fundamental para, cual átomo, canalizar a energía de la
dimensión humana. Las dos fuerzas (colectiva e individual) interactúan de
manera fluida, cual fuerzas que gobiernan el mundo de la materia. Y aunque el
conjunto de átomos (materia) obedece a la teoría newtoniana y la partícula
individual (energía) obedece a la teoría quántica, esa dualidad no implica necesariamente
conflicto. Entre las dos realidades existe complementariedad y ambas libertades
son importantes en la construcción de una sociedad.
Diversas columnas también
sostienen la estructura de la democracia. A lo largo del tiempo una democracia se
consolida una columna a la vez. El voto se ha vuelto cada vez más universal. Las
reglas de juego se perfeccionan, para impedir abusos de poder; y se desarrollan pesos y contrapesos e igualdad
ante la ley. Por muy importantes que sean ambas, el “voto” (voluntad del
pueblo) y la “regla” (leyes en la constitución) a veces entran en conflicto.
Las reglas no son inmutables.
Bolivia ha promulgado 17 diferentes constituciones y miles de modificaciones. Reducir
la democracia a sus normas/procedimientos en un entorno polarizado y democráticamente
inmaduro puede llevar a mayor conflicto. A su vez, enarbolar al voto por encima
de la ley también puede conducir a que las grandes masas violen los derechos de
las minorías. Sin el equilibrio de la ley, el poder de la mayoría puede
degenerarse en tiranía.
La democracia Bolivia es una
institución incipiente, que ha permitido un periodo de estabilidad económica y
social. Estamos superando un pasado racista y de exclusión social sin los
traumas de sociedades con similares experiencias de segregación en base a etnia
o religión. Con todas las imperfecciones del modelo de desarrollo implementado
en la última década, hemos aprovechado de la bonanza mil veces mejor de lo que lo
hubiéramos logrado si en vez de un proceso de cambio, el 2003 hubiésemos sembrado
las condiciones para una guerra civil.
Es consuelo de tontos pensar
que cualquier régimen es mejor que un conflicto intratable entre hermanos. Ello
no nos exonera de entrever posibles consecuencias de nuestras decisiones. Si
bien es cierto que el poder político y recursos del Estado permiten ventajas
sobre adversarios, también es cierto que en un país polarizado, que recién da
sus primeros pasos “democráticos”, existe el peligro de caer nuevamente en un
impasse si un sector social percibe que se ha
marginado a su caudillo.
La democracia es una
herramienta que permite resolver conflictos y optimizar procesos dentro de un
marco civilizado, donde priman los mecanismos e instituciones por encima de la
fuerza. En una democracia, al igual que en una buena negociación, ninguna de
las partes obtiene todo lo que quieren. El objetivo de la democracia, por ende,
es el de lograr un compromiso entre partes, evitando que las diferencias
desencadenen en una crisis, luego en un conflicto, luego en una situación en la
cual perdemos todos.
Existen buenas razones para
votar en el referéndum de febrero por cualquiera de las dos opciones. En la
mesa estarán dos principios democráticos: la “voluntad de la mayoría” vs. las “reglas
de juego”. Ambas “teorías” tienen sus propias deficiencias y ninguna de las dos
opciones habrá de garantizar una convivencia democrática. Mucho menos un
referéndum logrará garantizar un modelo de desarrollo de avance a nuestra
sociedad por un sendero estable y próspero. Gane quien gane, no hay garantías,
todavía.
La democracia boliviana se
mueve dentro de una dimensión binaria, donde hay “buenos” y “malos”,
“patriotas” y “vende patrias”, “socialistas” y “capitalistas”. En caso de
crearse el 2019 la “tormenta perfecta” (déficit fiscal, recesión o
desaceleración económica), ¿tendrá el pueblo la madurez o sofisticación necesaria
para asignar responsabilidad a quien verdaderamente le corresponde? O ante una
posible marginación del caudillo, ¿será la percepción en un sector vocifero y
movilizado que la culpa de la crisis le corresponde al que acaba de entrar?
Nuestra democracia es
incipiente. Construir una complementariedad entre la fuerza del grupo y la
fuerza del individuo, entre el Estado y sociedad civil, entre diversas teoría de
lo que significa “democracia” y “libertad”, no ha sido nuestra prioridad.
Estamos enfocados en encontrar contradicciones y victimizarnos cuando la regla
nos perjudica. Un empresario, por ejemplo,
puede comprar muchos avisos y clasificados en los medios de comunicación.
Por ende, su “libertad de expresión” no
es comparable con la de un obrero. Es por ello que el Tribunal Supremo
Electoral vela por cierta igualdad, para evitar asimetrías en el poder con el
que los poderosos pueden ejercer sus “libertades” (o privilegios). Ello representa
un equilibrio entre fuerzas, no una contradicción.
Para superar esta aparente
dualidad se requiere forjar una cultura que comprenda que las herramientas de
la democracia no están diseñadas para eliminar contradicciones, las cuales
forman parte de la vida en sociedad e incluso del mundo de la física. Las
herramientas tan solo pueden crear espacios y equilibrios. A su vez, crear complementariedad
entre opuestos es parte de ejercer la “pluralidad” y “diversidad” que
supuestamente enarbolamos. Ello requiere superar el maniqueísmo tribal que
tanto daño hace.
Debemos entender que la
construcción de una democracia estable y prospera no se consigue con un referéndum,
o con una regla de juego; se logra mediante un espíritu democrático, que busca
reconciliar diferentes tipos de libertades y diferentes tipos de herramientas
para el desarrollo. La vida en sociedad es compleja. No es necesario elegir
entre el Estado o el mercado, entre la comunidad o el individuo. Y si bien esta
vez necesitamos elegir entre el “si” o el “no”, esperemos que no se reduzca
nuevamente a un ejercicio binario. Esperemos que el referéndum de febrero forme
parte del sendero dialectico hacia una dimensión más madura y que no pensemos
que con una voluntad de la mayoría y una regla de juego hemos llegado al fin.