miércoles, 13 de marzo de 2013

Tabú de la Naturaleza


El tiempo del equilibrio es el tiempo del eslogan. Si hubiese un compromiso real con el equilibrio, buscaríamos complementariedad allí donde todavía existe contradicción entre opuestos. Si el equilibrio fuese algo más que un conveniente estribillo,  estaríamos dispuestos a trascender la temeraria dualidad, para descubrir la pluralidad de herramientas que utiliza la Creación para verter fertilidad en su vergel más preciado. Pero la ecuación de un mundo integral, que perpetua el milagro de la vida a través de la inclusión y diversidad, parece estar reservada para la naturaleza.

Muchas reformas en el Vaticano deberán aun transcurrir antes que se pueda discutir, sin tentar los fuegos del infierno, el tema de la naturaleza humana.  Por el momento, plantear como natural  la homosexualidad, liderazgo episcopal de la mujer y los bajos instintos del sexo es incurrir en alguna forma de oscura rebeldía. La gran diversidad de expresiones de la creación divina no tiene cabida entre las diócesis que dependen de la Santa Sede y Revolución Bolivariana. En el mundo creado por el hombre, la retórica moralista es la estrategia que acapara el poder y autoridad moral. 

Emerge una simetría entre el cristianismo que predicaba el Comandante Chávez y los predicados más conservadores del catolicismo: ambos consideran al egoísmo como una aberración del verdadero arquetipo humano.  Este absolutismo ignora una sutileza de la naturaleza: el hecho que en nuestra especie prima el interés personal. Incapaces de diferenciar entre el egoísmo mezquino y cortoplacista (que arremete contra la buena fe y fibra social), e interés personal iluminado (que avanza el bien de la familia individual dentro de un marco ético y de mutuo beneficio), ambos campos nos venden caricaturas de la naturaleza humana.

El sexo e instinto de supervivencia son pilares fundamentales de la Creación. Pero se supone que patriarcas y caudillos a la diestra y siniestra, aceptan la castidad como única legitima entrega a su causa.  En un caso ello implica jamás tocar con libido el cuerpo de una mujer; en el otro requiere una renuncia franciscana a los goces de la vida material. Escándalos sexuales en la iglesia encuentran, sin embargo, simetría en los resabios de la  suntuosa vida que requiere el sacrificio en el servicio a la patria. La piel trémula se acostumbra a las camas de hoteles cinco estrellas. La naturaleza humana es muy difícil de domar.

Afirmar que nuestra especie ha adquirido características biológicas que constituyen nuestra “naturaleza” no es caer en garras del relativismo moral. Por el contrario, es establecer el marco evolutivo en común del cual emerge nuestro libre albedrio, nuestra ética y sentido del bien común. A su vez, establecer que no somos biológicamente indistinguibles no quiere decir que sea legítimo prejuzgar a un individuo en función a una categoría (ver Pinker). Todo ser humanos es igual, con los mismos derechos. Atentar contra esa igualdad es moralmente repugnante.  Pero la naturaleza, en su sabiduría, ha privilegiado una diversidad y pluralidad de manifestaciones humanas.                         

Luiz Inácio Lula da Silva arengaba al hijo del obrero a soñar con ser dueño de empresa. En vez de mofarse de quienes nacieron con cuchara de plata en la boca, Lula luchó por que todos tengan la oportunidad y educación para que el hijo de comerciante mañana sea gerente general. El tiempo del equilibrio requiere de un modelo de desarrollo que integre la ambición individual con la abnegación fraternal; la proclividad a asumir riesgo con la seguridad asalariada. Pretender que la ingeniería social convirtiera a todos en ovejas solidarias del rebaño en un experimento anacrónico que no funcionó ni en China.  Vender un único modelo de desarrollo personal y arquetipo monolítico inspirado en próceres y santos es tan solo un eslogan proselitista que - en vez avanzar el añorado equilibrio - atiza el resentimiento entre los diversos tipos y clases de humanos.

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