El tiempo del equilibrio es el
tiempo del eslogan. Si hubiese un compromiso real con el equilibrio, buscaríamos
complementariedad allí donde todavía existe contradicción entre opuestos. Si el
equilibrio fuese algo más que un conveniente estribillo, estaríamos dispuestos a trascender la
temeraria dualidad, para descubrir la pluralidad de herramientas que utiliza la
Creación para verter fertilidad en su vergel más preciado. Pero la ecuación de
un mundo integral, que perpetua el milagro de la vida a través de la inclusión
y diversidad, parece estar reservada para la naturaleza.
Muchas reformas en el Vaticano
deberán aun transcurrir antes que se pueda discutir, sin tentar los fuegos del
infierno, el tema de la naturaleza humana.
Por el momento, plantear como natural la homosexualidad, liderazgo episcopal de la
mujer y los bajos instintos del sexo es incurrir en alguna forma de oscura rebeldía.
La gran diversidad de expresiones de la creación divina no tiene cabida entre
las diócesis que dependen de la Santa Sede y Revolución Bolivariana. En el
mundo creado por el hombre, la retórica moralista es la estrategia que acapara
el poder y autoridad moral.
Emerge una simetría entre el
cristianismo que predicaba el Comandante Chávez y los predicados más conservadores
del catolicismo: ambos consideran al egoísmo como una aberración del verdadero
arquetipo humano. Este absolutismo
ignora una sutileza de la naturaleza: el hecho que en nuestra especie prima el
interés personal. Incapaces de diferenciar entre el egoísmo mezquino y
cortoplacista (que arremete contra la buena fe y fibra social), e interés
personal iluminado (que avanza el bien de la familia individual dentro de un
marco ético y de mutuo beneficio), ambos campos nos venden caricaturas de la
naturaleza humana.
El sexo e instinto de
supervivencia son pilares fundamentales de la Creación. Pero se supone que patriarcas
y caudillos a la diestra y siniestra, aceptan la castidad como única legitima
entrega a su causa. En un caso ello implica
jamás tocar con libido el cuerpo de una mujer; en el otro requiere una renuncia
franciscana a los goces de la vida material. Escándalos sexuales en la iglesia
encuentran, sin embargo, simetría en los resabios de la suntuosa vida que requiere el sacrificio en
el servicio a la patria. La piel trémula se acostumbra a las camas de hoteles
cinco estrellas. La naturaleza humana es muy difícil de domar.
Afirmar que nuestra especie ha adquirido características
biológicas que constituyen nuestra “naturaleza” no es caer en garras del
relativismo moral. Por el contrario, es establecer el marco evolutivo en común
del cual emerge nuestro libre albedrio, nuestra ética y sentido del bien común.
A su vez, establecer que no somos biológicamente indistinguibles no quiere
decir que sea legítimo prejuzgar a un individuo en función a una categoría (ver
Pinker). Todo ser humanos es igual, con los mismos derechos. Atentar contra esa
igualdad es moralmente repugnante. Pero
la naturaleza, en su sabiduría, ha privilegiado una diversidad y pluralidad de manifestaciones
humanas.
Luiz Inácio Lula da Silva arengaba
al hijo del obrero a soñar con ser dueño de empresa. En vez de mofarse de
quienes nacieron con cuchara de plata en la boca, Lula luchó por que todos
tengan la oportunidad y educación para que el hijo de comerciante mañana sea
gerente general. El tiempo del equilibrio requiere de un modelo de desarrollo
que integre la ambición individual con la abnegación fraternal; la proclividad
a asumir riesgo con la seguridad asalariada. Pretender que la ingeniería social
convirtiera a todos en ovejas solidarias del rebaño en un experimento
anacrónico que no funcionó ni en China. Vender
un único modelo de desarrollo personal y arquetipo monolítico inspirado en
próceres y santos es tan solo un eslogan proselitista que - en vez avanzar el
añorado equilibrio - atiza el resentimiento entre los diversos tipos y clases
de humanos.
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