La libertad no es un regazo en el cual se uno se acurruca
un buen día, para jamás abandonarlo. Un pastel de chocolate en la nevera
doblega la voluntad, incluso cuando el colesterol atenta contra la vida. La tentación,
sin embargo, no es el mayor obstáculo a una voluntad libre y soberana. Las
barreras son varias; incluyendo la ignorancia.
Decisiones soberanas hace 300 años eran tomadas sobre la
base de información incompleta. Un gran barón industrial inglés del siglo XVIII
explotaba a su obrero con una férrea e indómita voluntad. No obstante, las disposiciones
de ese arrogante nuevo rico estaban determinadas por las condiciones ideológicas,
políticas y culturales (superestructura) de su época. No lo dice Rico Mc Pato.
Lo dice Karl Marx.
Muchas generaciones pasaron antes que un magnate
industrial inglés-francés-alemán (globalizado) entienda que un obrero bien
remunerado, con beneficios sociales y vacaciones en el Caribe, es más
productivo que un obrero explotado. Las leyes, producto de la experiencia,
nuevas condiciones y batallas sindicales, también lo obligan ahora a entender. Un
obrero europeo tiene mayor libertad que hace un par de generaciones (si no está
desempleado). Pero su libertad económica es tan solo una dimensión de tan loable,
pero abstracto objetivo. La libertad existencial no se adquiere con un buen
salario.
Los existencialistas crearon la ilusión de que somos absolutamente
libres de elegir. Al estudiar los cambios en la conducta del individuo en
función a las cambiantes condiciones que determinan dicha conducta, la
psicología evolutiva ha retomado la batuta heredada de Karl Marx.
Pero en vez de abstracciones, observemos un salto a la
libertad en la transformación ideológica del senador norteamericano Rob Porter.
El senador conservador se oponía al matrimonio gay, hasta que el vacio de su
ignorancia fue llenado por su propio hijo. Hace dos años, el hijo del senador
conservador confesó su orientación sexual a su padre. Varias conversaciones más
tarde, el hijo gay del senador conservador logró que su padre adquiera la libertad de
pensar diferente a sus obtusos correligionarios.
Hace apenas dos generaciones, sin embargo, el hijo de un político
conservador en la sucursal occidental
del fundamentalismo religioso, no hubiese tenido la información para
entablar con su padre una conversación que le permita construir un puente que
atraviese el vacio que aun arroja a tantos al abismo de la discriminación. El
padre no hubiese tenido la libertad de escucharlo, menos aun de entender sus
argumentos. La libertad de pensar diferente no es inmediata; se adquiere con el
conocimiento, la reflexión y experiencia acumulada.
Somos libres, pero tan solo parcialmente. La libertad de
dibujar un nuevo mapa requiere de un compromiso con nuevos descubrimiento sobre
nuestra naturaleza, para dejar atrás prejuicios y resentimientos que nos hacen
prisioneros de la manipulación ideológica y mediática. Lamentablemente nuestra
conducta -en mayor o menor grado- está
determinada por imperativos biológicos, tradiciones y adoctrinamiento
ideológico.
La libertad no es un estado; es un peligroso transitar
por un mar de contradicciones, adicciones e imposiciones culturales. La
tentación de satisfacer apetitos básicos corroe nuestra voluntad y mejores intenciones.
Llenamos nuestras venas abiertas de manteca, nuestras mentes de dogmas
medievales, nuestros corazones de un odio anacrónico. Arrodillados ante prejuicios y adoración de
ídolos imperfectos, creemos haber alcanzado el ideal. Pero seguimos tras las
rejas, a veces de una información incompleta, otras veces de una información
manipulada. La libertad es un horizonte
cada vez más amplio que se expande gradualmente gracias a avances científicos,
reivindicaciones sociales y un compromiso individual; no es un salto de fe (o
revolucionario) impuesto por mortales todopoderosos.