Antes ellos lanzaban diatribas
desde su bunker de la Arce. Ahora, en Nueva York, somos nosotros quienes les
decimos samba-canuta en su cara. Hace poco les dijimos que su ONU alberga un “Consejo
de la Inseguridad”. A ese Consejo le debe
resultar difícil diferenciar entre un genocidio donde mueren menos de 70
personas, del legítimos derecho a bombardear con artillería pesada, tanques de
guerra y bombarderos a niños y ancianos. No obstante, implícitamente instamos los
lacayos de la ONU apoyar la lucha del Gobierno de Siria contra el “terrorismo”.
Detener a los terroristas en
Siria obliga a su gobierno a ser cómplice en la muerte de más de 70,000
ciudadanos. Gajes del oficio. En Bolivia tenemos terroristas propios y
esperamos que su largo proceso judicial y posible castigo disuada a otros de
osar con experimentos separatistas. Antes,
EE.UU. era líder en esa batalla, ahora somos nosotros quienes apoyamos tácticas
antiterroristas en el lejano Oriente. Los tiempos cambian, la retórica es la
misma.
¿Bolivia asestando golpes
diplomáticos contra “malos” vecinos? Es como si hubiésemos invertido roles con
los norteamericanos. Antes ellos sermoneaban sobre el déficit fiscal y la
importancia de hacer a un lado el partidismo tribal. Ahora son ellos los
polarizados, incapaces de ponerse de acuerdo ni siquiera para salir de una de
las mayores crisis de su historia.
El Congreso norteamericano ha
diseñado un mecanismo de recortes automáticos generalizados, denominado “sequester”. Si los demócratas y
republicanos no llegan a un acuerdo para superar el actual estancamiento
presupuestario entonces, por ley, caerá un mazo fiscal y se reducirá el gasto a
lo largo y ancho del Estado. Es decir, si en el Congreso no se puso de acuerdo
el pasado viernes sobre cuanto el Gobierno puede gastar, entonces el
presupuesto para educación, salud y defensa nacional se reduciría en 85 mil
millones de dólares, con el correspondiente impacto sobre una economía que no
puede darse el lujo de contraerse aun más.
La inversión de roles es
curiosa. Antes nosotros no nos poníamos de acuerdo en nada. Ahora simplemente
estamos confundidos entre “ser o no ser”. En este sentido, el tema del déficit
fiscal nos confunde aun más. Nos resulta paradójico que se predique austeridad,
pero que las naciones europeas que mayores medidas draconianas han impuesto
para solventar la crisis sean las que campean menores índices de recuperación
económica. Nos confunde que Obama argumente que una austeridad desmedida no es
siempre la mejor receta en época de recesión.
¿En qué quedamos? ¿Más gasto o
austeridad? Todo depende. Si los
bancos ingleses manipulan la tasa Libor, entonces merecen multas
multimillonarias (ver Barclays). Ello no justifica arremeter contra el éxito de
la banca boliviana. Si EE.UU. y Europa necesitan políticas keynesianas para
salir de la actual crisis, ello no justifica incrementar -sin reservas- el gasto
público.
La economía no es una
dimensión maniquea. No hay verdades absolutas; hay coyunturas. Por ende, para ser hay que ser plástico y adaptar la política según la necesidad. No hay que ser necio en el uso de la política
favorita. En sus épocas de bonanza y liderazgo en la lucha contra el
terrorismo, EE.UU. atizaba banderas nacionalistas, valores morales y “cohesión” orgánica. Si la caída del muro de Berlín no marcó el Fin
de la Historia (ver Fukuyama), la política económica boliviana tampoco debería recaer
en triunfalistas sonetos shakesperianos. Lanzar poéticas diatribas a cada vez
más enemigos no sostendrá esta buena economía. Ser flexibles, no ser dogmáticos
propagandistas; esa es la cuestión.