Mitt Romney, candidato derechista,
apoyó en Jerusalén un ataque israelí a instalaciones nucleares en Irán. Según su
religión, Jesús visitó territorios gobernados por sioux y apaches después de ser
crucificado. Su exitoso rescate en 1999 de las olimpiadas de invierno en Salt
Lake City lo convierten, según Republicanos, en el mejor candidato para gobernar
la mayor potencia militar. Atenas y Jerusalén: tan lejos y tan cerca de los
norteamericanos.
En la pugna por el poder de Washington,
se acusa al Presidente de EE.UU. de “capitalismo de camarilla” (Diego Ayo). Es
decir, se lo acusa de financiar a grupos ideológicamente afines con el
propósito que luego ellos financien su perpetuación en el poder. Según la
derecha, Obama favorece a aliados políticos que se benefician de programas del
gobierno (Solyndra) y rescates financieros
(UAW). Ver: “crony capitalism”.
La religión del derechista y
su rescate de los juegos olímpicos en la sede mundial del mormonismo no son
motivo de crítica. Es la forma en la que acumuló una fortuna descomunal. La
izquierda acusa a Romney de haber expatriado trabajos a China, con tal de
extraer riqueza personal (capitalismo salvaje).
En el teatro de las elecciones
por el poder político en septiembre, el debate asumirá la forma de una tragedia
griega, una guerra total entre dos paladines que se arrojarán las más
insidiosas acusaciones. Mientras se dilucidan las acusaciones entre los
aspirantes al poder mayor, veamos un aspecto “olímpico” en la defensa de Romney.
El multimillonario dice que su
éxito económico no debería ser utilizado en su contra. Si una sociedad denigra
el éxito individual, dice Mitt, entonces se desincentiva el esfuerzo,
creatividad y riesgo necesario para lograr la excelencia. En otras palabras,
una sociedad pujante debe premiar aquellos que sacrifican el placer inmediato
(alcohol y sexo), e invierten recursos (horas de estudio, capital y trabajo) para desarrollar competencias
individuales - o empresas - que avanzan el bien común.
La izquierda contraataca con
el viejo refrán, “mucho se espera de aquel a quien mucho se le confiere”. En
otras palabras, aquellos que ganan mucho, deberían aportar más a las arcas del
tesoro, especialmente en épocas de crisis fiscal. Pero ese es un debate para
otro momento. El éxito personal de Mitt Romney tal vez fue a costillas de
obreros cuyos trabajos fueron exportados a la China. No por ello debemos
satanizar el esfuerzo personal.
Atletas de naciones con todo
tipo de ideología y religión quieren ganar una medalla en las olimpiadas de Londres.
Todos los atletas reciben mayores o menores incentivos de sus respectivas
naciones para ganar. Pocas delegaciones van de turistas (¿Claure?). Si bien no
todos los atletas gozan del mismo grado de apoyo o libertad individual, todos
se benefician de políticas diseñadas para premiar su ambición.
Con el satélite Tupak Katari,
Bolivia entra a la carrera espacial. Setenta y cuatro talentos irán becados a
China. Se espera que los elegidos sean los mejores, no los más fieles al
partido. Futuros debates aquí deberían incluir un acápite sobre los incentivos
para el esfuerzo y honestidad. Los resultados en Papelbol, Lacteosbol,
Cartonbol y otras iniciativas estatales son parámetros importantes en el
desarrollo de condiciones para lograr buenos resultados. Tal vez el éxito de
Romney tenga un alto costo social. Pero la excelencia del grupo empieza por premiar
la excelencia individual; no la lealtad circunstancial.