Dar la otra mejilla es una sabiduría incomprendida. Una interpretación descabellada del refrán es que, al obligar al agresor a utilizar la mano impura, es una sutil manera de humillarlo. En el otro extremo, dar la otra mejilla es la expresión suprema de humildad. Otra sabiduría difícil de implementar es “amar al enemigo”, una lección que no entran ni con sangre, lo cual explica por qué las formas de lidiar con el terrorismo pecan a veces de ser extravagantes. Una de las maneras de lidiar con la violencia que comprueba ser muy efectiva es aprender a escuchar al otro.
Escuchar al otro es celebrar la otredad. En un mundo de tensiones entre múltiples interpretaciones de la verdad, entrever otras posibles dimensiones ayuda a crear armonía. Escuchar al otro es acto supremo de amor y de humildad. Lástima que también puede ser un crimen. En el crimen político que empezó una larga tradición – Watergate – el Presidente de la nación cuya mismísima identidad está predicada alrededor del derecho a la privacidad, tuvo que renunciar por espiar a sus oponentes políticos.
A diferencia de Richard Nixon, el gobierno de George W. Bush tuvo una buena excusa para escuchar al otro: combatir el terrorismo. Con el ímpetu cívico y nacionalista de salvaguardar la integridad y seguridad del Estado, el poder Ejecutivo se atribuyó competencias reservadas para a jueces. El manto de “seguridad nacional” sirvió para cubrir de pragmatismo acciones secretas en contra se cédulas fundamentalistas musulmanas, enemigas de las libertades democráticas del pueblo.
A meses del decimo aniversario del brutal ataque terrorista en la isla de Manhattan, un terrorista de extrema derecha derramó fuego asesino en una isla noruega. La excusa fue erradicar la migración musulmana aplicando otra antigua sabiduría - la ley del Talión. Ante el “ojo por ojo” y purismo étnico de un extremista, el pueblo noruego prefiere dar la otra mejilla y aferrarse a su inocencia. En el fuego cruzado de preceptos bíblicos en contraposición, Noruega enarbola principios básicos de convivencia, entre los cuales se encuentran precisamente los derechos civiles que inspiraron los ataques terroristas. Noruega rehúsa permitir que el ataque a sus valores liberales se convierta en sendero a un Estado-policía.
Escuchar las conversaciones del otro forma parte del monopolio a la violencia que puede ejercer el Estado. Existen casos extremos en los cuales el individuo – gracias a su criminal accionar - pierde el derecho a su privacidad. La determinación de sancionar la mala conducta, sin embargo, pertenece a un juez, no a un burócrata cualquiera. El ente regulador de las telecomunicaciones, por ejemplo, obedece a instancias del poder Ejecutivo. Sería un serio resquebrajamiento de la división de poderes si una atenta autoridad reguladora asume competencias que pertenecen al poder Judicial.
Con complicidad de la cajita de resonancia en manos de tele-basura, el gobierno de Siria utiliza tanques para arremeter contra barrios residenciales en la ciudad de Hama. Ejecuciones sumarias en las calles no parecen despertar indignación alguna entre defensores de los derechos humanos de algunos. El terrorismo sirve de excusa perfecta para que tiranos se aferren al poder. George W. Bush, santo patrón de la lucha contra el terrorismo, fue el primero en limitar derechos civiles en nombre de proteger al Estado de “situaciones de emergencias”. Parece que mientras más ahondamos el sendero anti-imperialistas, más nos inclinamos a otorgar a autoridades burocráticas licencia para “escuchar al otro” al mejor estilo “cowboy”.
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