El pragmatismo anti-imperialista obligó al soñador convertirse, “por necesidad”, en bolchevique. Es decir, Fidel Castro -líder idealista - construyó su proyecto revolucionario a base de fingir ser simpatizante de lo soviético, cuando en realidad estaba manipulando a Moscú para oponerse al dragón del norte. Cincuenta años después, pensadores latinoamericanos, como Methol Ferré, realizan un “mea culpa” por ese maquiavélico accionar. Ante esta revelación, el Che Guevara - primero en oponerse al proyecto imperialista de la URSS – exclama desde lo etéreo, “¡justicia poética!”.
Existen argumentos razonables y legítimos en el caso del Tipnis, principios que lamentablemente comparten el lecho con argumentos apocalípticos del fundamentalismo verde. Endulzado su oído por el olor a sangre, la oposición boliviana canjea principios por pragmatismo político, convirtiéndose en vulnerable al canto seductor de los argumentos más extremistas del ecologismo profundo. Habiendo primero perdido el poder político, y habiendo ahora abandonado principios que otrora los llevaron a oponerse al derecho de pueblos indígenas de bloquear el desarrollo en nombre de preservar la naturaleza en condiciones prístinas, la oposición parece incapaz de discriminar entre la validez de diferentes tipos de argumentos, prestándose así a darle legitimidad a cualquier posición que ayude a darle al gobierno un ojo negro.
La diversidad de flora y fauna en el Tipnis debe ser conservada, los derechos de indígenas que hacen de la selva su forma de vida también debe ser defendida. Pero no a cualquier precio. Construir un equilibrio entre conservación y desarrollo no es posible cuando se manipula una crisis tan compleja como la del Tipnis, utilizando de peón político a movimientos indígenas que legítimamente expresan su desencanto hacia los imperativos de la civilización. En un entorno salvaje donde la depredación, tala de árboles y el ritual del chaqueo es un hecho cotidiano, crear condiciones para que el Estado pueda proteger los recursos naturales, a la vez que los pueblos puedan integrarse, será imposible si seguimos utilizando una carretera como si fuese un tablero de ajedrez.
La diversidad de lógicas y opiniones es síntoma de una democracia saludable. El éxito económico del gigante del Oriente, financiador de la carretera que causa la crisis del Tipnis, se debe a la lógica de Lula, un sindicalista obrero. Pero cuando su contraparte boliviana intenta emular en parte su proyecto desarrollista, su credencial de máxima autoridad del sindicalismo cocalero crea la susceptibilidad que son sus devotos del Chapare quienes pretenden hacer del Tipnis su patio trasero. En nombre de celebrar la diversidad de lógicas y opiniones, existe la agenda de encausar la polarización demagógica, utilizando cualquier excusa para avanzar la ingobernabilidad.
Al legitimar la lógica apocalíptica, se empaña la lógica ecologista con la que se intenta brindar racionalidad a una carretera amazónica. Al convertir una noble causa en causa radical, corremos el riesgo de caer en la lógica del bloqueador. Si bien la lógica de la opresión obligó al oprimido a optar por el sabotaje, ahora el ímpetu de derrotar al otro conduce a asumir posiciones “por necesidad”. El indigenismo-ecologista fue bandera política que encumbró a Evo en el poder; bandera que la oposición le arrebata gracias al Tipnis. El hecho que sea la defensa de la Pachamama y derechos indígenas la que promete rasgar la hegemonía política del MAS conduce a la oposición a exclamar, “¡justicia poética!”, a la vez que elevan a los cielos un proverbial escupitajo.
lunes, 15 de agosto de 2011
martes, 2 de agosto de 2011
Escuchar al Otro
Dar la otra mejilla es una sabiduría incomprendida. Una interpretación descabellada del refrán es que, al obligar al agresor a utilizar la mano impura, es una sutil manera de humillarlo. En el otro extremo, dar la otra mejilla es la expresión suprema de humildad. Otra sabiduría difícil de implementar es “amar al enemigo”, una lección que no entran ni con sangre, lo cual explica por qué las formas de lidiar con el terrorismo pecan a veces de ser extravagantes. Una de las maneras de lidiar con la violencia que comprueba ser muy efectiva es aprender a escuchar al otro.
Escuchar al otro es celebrar la otredad. En un mundo de tensiones entre múltiples interpretaciones de la verdad, entrever otras posibles dimensiones ayuda a crear armonía. Escuchar al otro es acto supremo de amor y de humildad. Lástima que también puede ser un crimen. En el crimen político que empezó una larga tradición – Watergate – el Presidente de la nación cuya mismísima identidad está predicada alrededor del derecho a la privacidad, tuvo que renunciar por espiar a sus oponentes políticos.
A diferencia de Richard Nixon, el gobierno de George W. Bush tuvo una buena excusa para escuchar al otro: combatir el terrorismo. Con el ímpetu cívico y nacionalista de salvaguardar la integridad y seguridad del Estado, el poder Ejecutivo se atribuyó competencias reservadas para a jueces. El manto de “seguridad nacional” sirvió para cubrir de pragmatismo acciones secretas en contra se cédulas fundamentalistas musulmanas, enemigas de las libertades democráticas del pueblo.
A meses del decimo aniversario del brutal ataque terrorista en la isla de Manhattan, un terrorista de extrema derecha derramó fuego asesino en una isla noruega. La excusa fue erradicar la migración musulmana aplicando otra antigua sabiduría - la ley del Talión. Ante el “ojo por ojo” y purismo étnico de un extremista, el pueblo noruego prefiere dar la otra mejilla y aferrarse a su inocencia. En el fuego cruzado de preceptos bíblicos en contraposición, Noruega enarbola principios básicos de convivencia, entre los cuales se encuentran precisamente los derechos civiles que inspiraron los ataques terroristas. Noruega rehúsa permitir que el ataque a sus valores liberales se convierta en sendero a un Estado-policía.
Escuchar las conversaciones del otro forma parte del monopolio a la violencia que puede ejercer el Estado. Existen casos extremos en los cuales el individuo – gracias a su criminal accionar - pierde el derecho a su privacidad. La determinación de sancionar la mala conducta, sin embargo, pertenece a un juez, no a un burócrata cualquiera. El ente regulador de las telecomunicaciones, por ejemplo, obedece a instancias del poder Ejecutivo. Sería un serio resquebrajamiento de la división de poderes si una atenta autoridad reguladora asume competencias que pertenecen al poder Judicial.
Con complicidad de la cajita de resonancia en manos de tele-basura, el gobierno de Siria utiliza tanques para arremeter contra barrios residenciales en la ciudad de Hama. Ejecuciones sumarias en las calles no parecen despertar indignación alguna entre defensores de los derechos humanos de algunos. El terrorismo sirve de excusa perfecta para que tiranos se aferren al poder. George W. Bush, santo patrón de la lucha contra el terrorismo, fue el primero en limitar derechos civiles en nombre de proteger al Estado de “situaciones de emergencias”. Parece que mientras más ahondamos el sendero anti-imperialistas, más nos inclinamos a otorgar a autoridades burocráticas licencia para “escuchar al otro” al mejor estilo “cowboy”.
Escuchar al otro es celebrar la otredad. En un mundo de tensiones entre múltiples interpretaciones de la verdad, entrever otras posibles dimensiones ayuda a crear armonía. Escuchar al otro es acto supremo de amor y de humildad. Lástima que también puede ser un crimen. En el crimen político que empezó una larga tradición – Watergate – el Presidente de la nación cuya mismísima identidad está predicada alrededor del derecho a la privacidad, tuvo que renunciar por espiar a sus oponentes políticos.
A diferencia de Richard Nixon, el gobierno de George W. Bush tuvo una buena excusa para escuchar al otro: combatir el terrorismo. Con el ímpetu cívico y nacionalista de salvaguardar la integridad y seguridad del Estado, el poder Ejecutivo se atribuyó competencias reservadas para a jueces. El manto de “seguridad nacional” sirvió para cubrir de pragmatismo acciones secretas en contra se cédulas fundamentalistas musulmanas, enemigas de las libertades democráticas del pueblo.
A meses del decimo aniversario del brutal ataque terrorista en la isla de Manhattan, un terrorista de extrema derecha derramó fuego asesino en una isla noruega. La excusa fue erradicar la migración musulmana aplicando otra antigua sabiduría - la ley del Talión. Ante el “ojo por ojo” y purismo étnico de un extremista, el pueblo noruego prefiere dar la otra mejilla y aferrarse a su inocencia. En el fuego cruzado de preceptos bíblicos en contraposición, Noruega enarbola principios básicos de convivencia, entre los cuales se encuentran precisamente los derechos civiles que inspiraron los ataques terroristas. Noruega rehúsa permitir que el ataque a sus valores liberales se convierta en sendero a un Estado-policía.
Escuchar las conversaciones del otro forma parte del monopolio a la violencia que puede ejercer el Estado. Existen casos extremos en los cuales el individuo – gracias a su criminal accionar - pierde el derecho a su privacidad. La determinación de sancionar la mala conducta, sin embargo, pertenece a un juez, no a un burócrata cualquiera. El ente regulador de las telecomunicaciones, por ejemplo, obedece a instancias del poder Ejecutivo. Sería un serio resquebrajamiento de la división de poderes si una atenta autoridad reguladora asume competencias que pertenecen al poder Judicial.
Con complicidad de la cajita de resonancia en manos de tele-basura, el gobierno de Siria utiliza tanques para arremeter contra barrios residenciales en la ciudad de Hama. Ejecuciones sumarias en las calles no parecen despertar indignación alguna entre defensores de los derechos humanos de algunos. El terrorismo sirve de excusa perfecta para que tiranos se aferren al poder. George W. Bush, santo patrón de la lucha contra el terrorismo, fue el primero en limitar derechos civiles en nombre de proteger al Estado de “situaciones de emergencias”. Parece que mientras más ahondamos el sendero anti-imperialistas, más nos inclinamos a otorgar a autoridades burocráticas licencia para “escuchar al otro” al mejor estilo “cowboy”.
Etiquetas:
Patriot Act,
terrorismo de Estado
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