Las palabras se las lleva el viento. Lo plasmado en tinta gobierna “para toda la vida”. Por lo menos hasta que el pueblo decida nuevamente borrar lo escrito. El domingo 25 de enero se decide si la nueva Carta Magna ayudará a Bolivia subsanar heridas, construir caminos y juntos transitar por el sendero del desarrollo. Igualdad ante la ley ya había sido promulgada. En la práctica, sin embargo, aquellos con más dinero resultaron tener sus propias reglas de juego. Si se pretende evitar futuras inconsistencias y asimetrías, restándole a la sociedad su capacidad de generar el maldito dinero, entonces vamos por muy buen camino.
Por perfectas las palabras que Moisés bajó del monte, lo difícil ha resultado ser que esas palabras cambien nuestra conducta. Incluso palabras talladas por Dios no han logrado transformar nuestra propia mezquindad. Lo que se pierde en la actual intransigente pugna por el poder, es que lo importante no es la voluntad que queda plasmada en un papel, sino el delicado balance entre definir derechos, establecer un marco normativo para el buen gobierno y nuestra capacidad de adaptación. En su capacidad de permitir flexibilidad para enfrentar circunstancias inimaginables es que las palabras sirven para desarrollar soluciones prácticas. Su servicio al ser humano no radica en quimeras hilvanadas con la mejor intención.
Las actitudes reflejan valores, ideales y códigos culturales que se transfieren sin necesidad de leer una sola letra. Mi padre escribe sobre actitudes que gobernaron en Bolivia entre 1952 y 1989. Otras actitudes datan de nuestro pasado primitivo, cuando las “ideas” de la tribu se protegían derramando sangre. Ahora las ideas impregnan cerebros a miles de kilómetros de distancia, sin necesidad de enviar misioneros o un ejército invasor. En la China, por ejemplo, cientos de millones de individuos entienden el beneficio del libre mercado. En el futuro cercano, las actitudes y valores seguirán cambiando en la China, según lo dicte la circunstancia. Las palabras, por ende, deben dibujar un mapa de navegación, no definir una sola nave, o un solo destino. El libre mercado, políticas fiscales e intervención en el mercado son herramientas, no verdades absolutas.
Las palabras aquí plasmadas no son sobre el referéndum o la nueva Constitución. Este escrito es sobre la capacidad de adaptar nuestra conducta a las crisis y problemas que rigen el momento. La adaptación requiere abandonar la idolatría que conduce a personificar nuestras herramientas en simples mortales. La izquierda norteamericana, por ejemplo, se rasga las vestiduras porque Obama piensa sostener la política tributaria de “Bush”. La derecha porque los principios “fundamentales” de Jefferson y Madison han sido vulnerados por el imperativo actual de intervenir en el mercado. ¡Son herramientas! Pero preferimos odiarlas o amarlas, como si fueran de carne y hueso.
Árabes e israelitas se deshumanizan mutuamente por una controversia sobre cuya palabra es superior. En lugar de herramientas para resolver crisis cada vez más profundas, las palabras se convirtieron en ídolos inamovibles. Enceguecidos por el dolor de sangre derramada, no podemos reconocer que “allá” tambien se conducen políticas de Estado atizando la inmolación de su propio pueblo en nombre de una extremista agenda religiosa, pero orar en un acto político “aquí” nos escandaliza. Dios no debería ser parte de la agenda política ni aquí ni allá. Pero como únicamente vemos inconsistencias consistentes con nuestros prejuicios, jamás podremos reconocer que las lindas plegarias que se pretende plasmar en un papel serán tan solo objetos de fe. En la doctrina de la carne no existen palabras que nos libere de nuestra mezquina ignorancia. Lo que reina aquí y allá no son palabras; aquí en la tierra el prejuicio de la piel es rey.
Flavio Machicado Teran
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