Cuando
un mono lavó su camote en una isla japonesa, dio lugar a una revolución
cultural. Sucedió en 1958, durante un experimento científico que consistía en
arrojar camotes en la arena. De pronto, a un macaco se le ocurrió lavar el
tubérculo. Su conducta fue imitada por otro mono, luego por otro, hasta llegar
a la masa crítica. Cuando varios macacos de la isla de Koshima entendieron que
lavar el camote era una forma más sabrosa de engullir calorías, la conducta pasó
a formar parte de su arsenal cultural.
Después
del centésimo macaco que lavo su comida, todos empezaron a degustar camotes
dulces sin retrogusto a trocitos rocosos de sal. En el caso de los seres
humanos, repetimos conductas destructivas sin importar el resultado. Para
nuestra especie, la “masa crítica” funciona bien en el mercado de consumo,
donde aprendemos rápidamente a degustar de la última moda. Pero cuando se trata
de conductas que contribuyan al bien común, nuestra cultura milenaria se convierte
fácilmente en individualista, egoísta e irresponsable.
¿Cooperar
no botando basura? Para qué, ¡si es solo un pedacito de papel! Cuando millones
tiran un pequeño papelito, se transforma en un gran tapón que, de darse una
tormenta de granizo como la del 2002, puede causar otra tragedia. Tal vez sea
un residuo del neoliberalismo pero, sin importar las consecuencias, el citadino
se niega a cooperar con los demás. De boca para afuera es un ser comunitario. Su
conducta, sin embargo, demuestra que se avoca a su interés personal.
En
la isla de la zona sur de La Paz, barrio de todo estrato social, la Alcaldía ha
creado (sin pensar) su propio experimento. Debido al reordenamiento vehicular
recientemente implementado, una de las salidas de Achumani es a través de la
calle 20 de Calacoto, donde se instaló un semáforo para que el tráfico pueda
cruzar de Este a Oeste la avenida Ballivian.
Los
transportistas protestaron que el semáforo de la calle 20 les perjudica. Cediendo
al chantaje sindical, la regulación tecnológica del tráfico fue cancelada. No
obstante la actual libertad de transitar por esa intersección de manera
irrestricta, se observa choferes que disminuyen la velocidad, permitiendo que los
que vienen de Achumani crucen delante de ellos.
Al
igual que los macacos aprendieron a lavar sus camotes, es posible que los conductores
aprendan a cooperar, para así agilizar el tráfico. Reemplazar el semáforo de la
calle 20 con la cortesía de permitir que fluya el tráfico, es una manera de
aportar al bien común. Porque cuando se bloquea una intersección para ganar 20
segundos, aquellos coches que pretenden cruzar dicha intersección pierden
minutos. Y cuando vamos sumando los minutos, el bloquear intersecciones causa
un círculo vicioso.
La
“ventajita” de bloquear la intersección hace creer que ganamos 20 segundos. La
mezquindad, sin embargo, resulta inútil. Al igual que el pedacito de papel que
tiramos se acumula, cuando todos bloquean su respectiva intersección,
construimos un tapón en todas las calles, lo cual nos hace a todos perder horas.
Bloquear
una intersección es egoísmo; un acto mezquino, irracional y cortoplacista. No
bloquear una intersección es un acto de interés personal, porque promueve la cooperación
y aporta al bien común. Muchos hablan en contra el egoísmo, como si estuviesen
en una cruzada medieval. A la hora de ejercer su “patriotismo”, sin embargo,
tiran basura a la calle y bloquean intersecciones. Con seguridad no entienden
la diferencia entre egoísmo e interés personal.
Muchos
fieles del poder disfrutan la moda del “comunitarismo”. Pero cuando actúan, piensan
solo en ellos. Afortunadamente la necesidad es la madre de la colaboración. Cuando
la urbe crece, se necesita de más que rituales cristianos o demagogia socialista;
se requiere ejercer las bondades de la cooperación. Lo fácil es llenarse la
boca de votos de hermandad y solidaridad; lo difícil es ejercer en las calles (y
por interés personal) el compromiso de colaborar con los demás.