Símbolo del colonialismo
salvaje, la explotación minera del Cerro Rico de Potosí bañó de sangre y dolor el
extractivismo español. Siglos después, continúa nuestra lucha por liberarnos de
capitales extranjeros que – en posible contubernio con cooperativistas – pretenden
seguir extrayendo riquezas del subsuelo.
Resulta difícil sacudirnos del yugo foráneo cuando la inversión extranjera interpone
su feo antifaz capitalista a nuestros mejores deseos revolucionarios de
autosuficiencia.
Los medios de comunicación
internacional también arremeten contra nuestra psique, al contar una
benevolente historia de la explotación foránea de metales escupidos por
volcanes andinos. En una desfachatada narrativa impregnada de colonialismo
cultural, History Channel intenta purgar
pecados occidentales al vender a nuestra juventud la idea que Bolivia fue percutor
del proceso de globalización. Con un optimismo que seguramente ofenderá a los
detractores del proceso de integración de los mercados, la narrativa purifica de
sus atrocidades la ocupación colonial de naciones asiáticas por parte de
potencias occidentales al pintar el comercio entre España y China como antesala
necesaria para romper con las barreras que dividían a Oriente y Occidente.
El documental La Gran Historia muestra que las
condiciones de intercambio comercial en el siglo XIX eran impuestas por buques
de guerra. En la Guerra del Opio, por
ejemplo, buques de guerra ingleses arremetieron contra ciudades chinas para
castigar el intento de imponer soberanía en esa gran nación. Pero para History Channel pareciera que la sangre
derramada por culturas ancestrales valió la pena, con tal de permitir hoy meter
más dinero en bolsillos los llamados Tigres del Asia.
No podemos ignorar las
injusticias del colonialismo del siglo XIX. Tampoco podemos ignorar el hecho
que China es nuevamente una potencia militar y económica. Lejos han quedado las
épocas cuando la diplomacia del cañón podía intimidar a este ancestral Dragón. Las
condiciones en las cuales se lleva a cabo el intercambio comercial indudablemente
han cambiado. Al igual que es necesario recordar el cruel precio de la
historia, debemos reconocer los grandes avances en materia económica del siglo
XXI.
Hoy emergen nuevas asimetrías
y maneras de explotar a los más débiles. El colonialismo asume formas más
sutiles: hay menos buques de guerra, más inversión extranjera. El mundo cambia,
la lucha por la plata se vuelve más civilizada. Para tomar ventaja de las
nuevas reglas de juego, los países adaptan sus estrategias de desarrollo. Por
ejemplo, en vez de estancar el psique el sometimiento del ayer, Perú se abre a
la industrialización e intercambia agresivamente el producto de su sudor con
economías del Pacífico. En contraste, pareciera que nosotros preferimos
lamentar la sangre derramada en Potosí y pillaje de nuestra plata por España,
para despertar un repudio visceral a la inversión extranjera mediante nuestra
propia manipulada narrativa de la globalización.
Una herramienta es útil, como lo
es potencialmente peligrosa a la vez. El intelecto puede conducir al ser humano
objetivar la existencia; el sexo a denigrar a la psique; la tecnología a
contaminar el medio ambiente. Pero el intelecto puede coadyuvar la cooperación
entre hermanos, el sexo puede sublimarse en amor y la tecnología libera al ser
humano de la esclavitud de la subsistencia.
El dinero es una herramienta.
La estabilidad de los mercados, por ejemplo, obliga a Rusia y EE.UU. a extenuar
esfuerzos para evitar un potencial conflicto bélico. El intercambio comercial y
de inversiones conduce a Japón y EE.UU., Alemania y Francia, China y Taiwán cerrar
el pasado cruel y llevar el presente a foja cero. A su vez, empresas que
usufructúan de la mano de obra de niños son castigadas en las redes sociales. Las
que contaminan, desenmascaradas. Las que corrompen a gobiernos castigadas por
la ley. El sistema necesita seguir perfeccionándose y aun existe impunidad.
Pero el dinero, aquella herramienta que puede ocasionar tanto mal, también
obliga a ser humano a crear condiciones de justicia. Aquellos incapaces de ver
el potencial para el bien de esta herramienta tal vez han sido cegados por
demasiada ideología y esoterismo medieval.
Un niño que hereda una fortuna
sin arriesgar o ensuciar su colorida camisa puede darse el lujo de despilfarrar
la fortuna familiar, a la vez que condena la avaricia de sus burgueses
antepasados. Cuando le toca al niño dirigir el destino de la familia, el facilismo
de su sueldo rentista le permite derrochar monedas, a la vez que menosprecia los
factores que permitieron acumular su actual riqueza. Observamos como naciones que heredan de la
Pachamama grandes riquezas se comportan de manera diferente de aquellas menos
agraciadas, que deben crear condiciones para que su pueblo tenga acceso a
trabajo, educación y salud. Crear condiciones para la inversión extranjera, por
ejemplo, es un ejercicio diferente que empecinarse con espantarla. Incluso Cuba
hoy entiende que debe transformar su economía para recibir capitales
extranjeros.
España conquistó América. Los
incas conquistaron a los aimaras. El circulo vicioso de colonialismo y
conquista mediante la violencia gradualmente da lugar a un intercambio y competencia un poco más civilizada. Ello no
quiere decir que se haya eliminado la injusticia, o que grandes potencias no
puedan todavía imponer condiciones a la fuerza. Hay que legislar un marco que
impida futuros abusos. Pero estigmatizar en la mente del pueblo a la inversión
extranjera no coadyuva a eliminar la pobreza y es arma de doble filo.
El precio de la historia ha
sido cruel. Cruel, sin embargo, también es postrar a un pueblo a las dadivas de
un Estado extractivista, simplemente porque la psique de los poderosos es incapaz de
entender que el capital también trae beneficios, incluso cuando es
extranjero. Los cooperativistas deben pagar un impuesto justo, no deben
contaminar, explotar a los mineros o imponer legislación antojadiza. Ese no es
el punto.
La gran historia es que por
razones electorales algunos operadores políticos pretenden complicar el avance
de una seguridad jurídica, factor elemental para crear empleos a través de la
inversión. Obstaculizar les resulta fácil, porque aquellos que satanizan la
acumulación del capital, seguridad jurídica e inversión extranjera reciben
jugosos sueldos por su arte de “pensar”, dinero que proviene del sudor del
pueblo. La explotación, después de todo, tiene más de un antifaz.