viernes, 11 de abril de 2014

La Gran Historia

Símbolo del colonialismo salvaje, la explotación minera del Cerro Rico de Potosí bañó de sangre y dolor el extractivismo español. Siglos después, continúa nuestra lucha por liberarnos de capitales extranjeros que – en posible contubernio con cooperativistas – pretenden seguir  extrayendo riquezas del subsuelo. Resulta difícil sacudirnos del yugo foráneo cuando la inversión extranjera interpone su feo antifaz capitalista a nuestros mejores deseos revolucionarios de autosuficiencia.

Los medios de comunicación internacional también arremeten contra nuestra psique, al contar una benevolente historia de la explotación foránea de metales escupidos por volcanes andinos. En una desfachatada narrativa impregnada de colonialismo cultural, History Channel intenta purgar pecados occidentales al vender a nuestra juventud la idea que Bolivia fue percutor del proceso de globalización. Con un optimismo que seguramente ofenderá a los detractores del proceso de integración de los mercados, la narrativa purifica de sus atrocidades la ocupación colonial de naciones asiáticas por parte de potencias occidentales al pintar el comercio entre España y China como antesala necesaria para romper con las barreras que dividían a Oriente y Occidente.

El documental La Gran Historia muestra que las condiciones de intercambio comercial en el siglo XIX eran impuestas por buques de guerra. En la Guerra del Opio, por ejemplo, buques de guerra ingleses arremetieron contra ciudades chinas para castigar el intento de imponer soberanía en esa gran nación. Pero para History Channel pareciera que la sangre derramada por culturas ancestrales valió la pena, con tal de permitir hoy meter más dinero en bolsillos los llamados Tigres del Asia.

No podemos ignorar las injusticias del colonialismo del siglo XIX. Tampoco podemos ignorar el hecho que China es nuevamente una potencia militar y económica. Lejos han quedado las épocas cuando la diplomacia del cañón podía intimidar a este ancestral Dragón. Las condiciones en las cuales se lleva a cabo el intercambio comercial indudablemente han cambiado. Al igual que es necesario recordar el cruel precio de la historia, debemos reconocer los grandes avances en materia económica del siglo XXI.

Hoy emergen nuevas asimetrías y maneras de explotar a los más débiles. El colonialismo asume formas más sutiles: hay menos buques de guerra, más inversión extranjera. El mundo cambia, la lucha por la plata se vuelve más civilizada. Para tomar ventaja de las nuevas reglas de juego, los países adaptan sus estrategias de desarrollo. Por ejemplo, en vez de estancar el psique el sometimiento del ayer, Perú se abre a la industrialización e intercambia agresivamente el producto de su sudor con economías del Pacífico. En contraste, pareciera que nosotros preferimos lamentar la sangre derramada en Potosí y pillaje de nuestra plata por España, para despertar un repudio visceral a la inversión extranjera mediante nuestra propia manipulada narrativa de la globalización.

Una herramienta es útil, como lo es potencialmente peligrosa a la vez. El intelecto puede conducir al ser humano objetivar la existencia; el sexo a denigrar a la psique; la tecnología a contaminar el medio ambiente. Pero el intelecto puede coadyuvar la cooperación entre hermanos, el sexo puede sublimarse en amor y la tecnología libera al ser humano de la esclavitud de la subsistencia.

El dinero es una herramienta. La estabilidad de los mercados, por ejemplo, obliga a Rusia y EE.UU. a extenuar esfuerzos para evitar un potencial conflicto bélico. El intercambio comercial y de inversiones conduce a Japón y EE.UU., Alemania y Francia, China y Taiwán cerrar el pasado cruel y llevar el presente a foja cero. A su vez, empresas que usufructúan de la mano de obra de niños son castigadas en las redes sociales. Las que contaminan, desenmascaradas. Las que corrompen a gobiernos castigadas por la ley. El sistema necesita seguir perfeccionándose y aun existe impunidad. Pero el dinero, aquella herramienta que puede ocasionar tanto mal, también obliga a ser humano a crear condiciones de justicia. Aquellos incapaces de ver el potencial para el bien de esta herramienta tal vez han sido cegados por demasiada ideología y esoterismo medieval.

Un niño que hereda una fortuna sin arriesgar o ensuciar su colorida camisa puede darse el lujo de despilfarrar la fortuna familiar, a la vez que condena la avaricia de sus burgueses antepasados. Cuando le toca al niño dirigir el destino de la familia, el facilismo de su sueldo rentista le permite derrochar monedas, a la vez que menosprecia los factores que permitieron acumular su actual riqueza.  Observamos como naciones que heredan de la Pachamama grandes riquezas se comportan de manera diferente de aquellas menos agraciadas, que deben crear condiciones para que su pueblo tenga acceso a trabajo, educación y salud. Crear condiciones para la inversión extranjera, por ejemplo, es un ejercicio diferente que empecinarse con espantarla. Incluso Cuba hoy entiende que debe transformar su economía para recibir capitales extranjeros.

España conquistó América. Los incas conquistaron a los aimaras. El circulo vicioso de colonialismo y conquista mediante la violencia gradualmente da lugar a un intercambio y  competencia un poco más civilizada. Ello no quiere decir que se haya eliminado la injusticia, o que grandes potencias no puedan todavía imponer condiciones a la fuerza. Hay que legislar un marco que impida futuros abusos. Pero estigmatizar en la mente del pueblo a la inversión extranjera no coadyuva a eliminar la pobreza y es arma de doble filo.

El precio de la historia ha sido cruel. Cruel, sin embargo, también es postrar a un pueblo a las dadivas de un Estado extractivista, simplemente porque la psique de los poderosos  es incapaz de  entender que el capital también trae beneficios, incluso cuando es extranjero. Los cooperativistas deben pagar un impuesto justo, no deben contaminar, explotar a los mineros o imponer legislación antojadiza. Ese no es el punto.


La gran historia es que por razones electorales algunos operadores políticos pretenden complicar el avance de una seguridad jurídica, factor elemental para crear empleos a través de la inversión. Obstaculizar les resulta fácil, porque aquellos que satanizan la acumulación del capital, seguridad jurídica e inversión extranjera reciben jugosos sueldos por su arte de “pensar”, dinero que proviene del sudor del pueblo. La explotación, después de todo, tiene más de un antifaz.