“Un futuro sin guerras es una idea hermosa, incluso
indispensable. El ideal de la paz mundial y tolerancia internacional es un
ideal más valioso y provechoso que cualquier ideal nacionalista; que en su
estrecho egoísmo pospone largamente todos los intereses humanos a los suyos
propios”. Un año después que empezó la carnicería que cegó la vida a más de 16
millones de europeos, Hermann Hesse esbozaba el ideal pacifista.
Europa es hoy un territorio integrado, donde otrora enemigos
mortales esbozan juntos planes para subsanar el despilfarro fiscal de sus vecinos
bon vivant. La unión entre europeos no es ideológica, es institucional. Si en
España hay alternancia política, la victoria electoral de la oposición no
peligra la integración regional. No obstante, y en nombre del mismo
nacionalismo que elevó al gobierno por encima del individuo en los experimentos
fascistas de Hitler y Mussolini, pacifistas conspiran contra el único
experimento que intenta superar el tribalismo étnico, en un continente que ha
pasado de ser el más violento, al más tolerante de la diversidad.
La tecnología elevó la guerra al nivel de suicidio
colectivo. Las grandes potencias (Rusia, China y EE.UU) ahora intercambian
inversiones -en vez de amenazas de una mutua destrucción total- gracias a la
energía concentrada en el interior del átomo. No obstante, y en nombre del
mismo infantilismo que alimenta el ímpetu simétrico entre impúber hermanitos (“¿Por
qué mi hermano puede y yo no?”), pacifistas abogan el derecho de Irán y Corea
del Norte de jugar con armas nucleares en las regiones más inestables del
planeta. ¿Quién es la comunidad internacional (incluyendo Rusia y China) para
intentar frenar la proliferación de armas nucleares?
Aviones no tripulados (drones) elevan la discusión ética
sobre ejecuciones extra judiciales a nuevos niveles de complejidad. ¿Es
moralmente aceptable eliminar terroristas sin derecho a un debido proceso? La
complejidad del debate es mayor del que pueda esbozarse en 500 palabras. No
obstante, los pacifistas callan cuando el gobierno de Siria lanza indiscriminadamente
bombas en zonas urbanas, matando niños inocentes. ¡Perdón! Me olvidaba la
diferencia entre el derecho soberano de matar a los propios, que de matar a
extraños (por muy asesinos que sean), aun cuando ambas acciones se ejecuten en
nombre de la misma guerra contra el terrorismo, pero con otra pollera.
Pacifistas del norte reclaman el derecho constitucional del
pueblo a poseer y portar armas. Según la Segunda Enmienda, la manera de disuadir
un gobierno no democrático es contrarrestar el monopolio de la violencia del
Estado con milicias armadas. Si bien este ímpetu individualista escandaliza a
los del sur, pacifistas no pestañean cuando milicias armadas de las FARC
imponen un estado de terror en Colombia, o cuando se arma al pueblo para
defender extra institucionalmente un gobierno (y así evitar el error histórico
de Salvador Allende).
Los incentivos que ofrece nuestra patria a narcos y sicarios
añaden gasolina al clima de inseguridad. Dudo que el Ministro Romero hable de
ejecuciones extra judiciales, o tácticas propias de la revolución mexicana, cuando
reclama el derecho de la policía de defenderse de asesinos profesionales. No
obstante, pacifistas confunden el debate cuando intentan maniatar (con agendas
políticas) el derecho que tiene un policía de regresar ileso a su hogar después
de defendernos de los criminales más despiadados.
Para vivir en paz, debemos disuadir la violencia mediante la
amenaza de aplicar una violencia racional. No obstante, pacifistas solo
argumentan “fuego con fuego” cuando están de por medio sus intereses políticos,
pero exigen dar la otra mejilla al enemigo. Ese sofisticado sofismo impide un
debate honesto que conquiste la violencia y logre imponer una seguridad duradera
a nivel interno e internacional. La paz se logra a nivel de la consciencia
individual. Lo que deben garantizar los gobiernos es la estabilidad y seguridad
de todos.