Dos corrientes se desprenden con fervor anti-capitalista del comunismo cubano: el chavismo bolivariano y socialismo comunitario. Ambos modelos comparten una ventaja ideológica: su elevado nivel de abstracción del bien y el mal; que permite forjar un atractivo discurso antagónico y apocalíptico. Ahondar en la maquiavélica eficiencia del discurso quijotesco, que delinea con poético resentimiento al enemigo, es reiterar lo aparente. Evidencia de su éxito es que dos caudillos sostienen en los Andes y Orinoco absoluta y firmemente el poder. El haber despertado, manipulado y hábilmente encausado el vacío político y desasosiego popular, sin embargo, no es evidencia del éxito de sus respectivos modelos, que irónicamente hoy compiten entre sí por hegemonía mundial.
En su momento, en detrimento de su propio legado histórico e implícito reconocimiento del fracaso cubano, Fidel Castro había encomendado al presidente boliviano emular el modelo de Chávez. La propuesta de Fidel fue clara, “Evo, no me imites a mí, imita a Chávez”. Queda claro que García Linera hace caso omiso de dicho consejo. Dentro de esta pugna hegemónica por supremacía dentro del Socialismo del Siglo XXI no parece existir cohesión ideológica. A Bolivia no le gusta el desarrollismo industrial estatal venezolano; mucho menos el modelo chileno, que es un socialismo bastardo; menos aun el modelo brasilero, un socialismo “vende patria” que coopera con las grandes empresas nacionales en manos de la burguesía brasilera.
¿Cuál es la propuesta de Lineras? El socialismo comunitario es esencialmente reaccionario; en el sentido que busca destruir, en lugar de proponer. No quiere decir ello que el Jacobismo del siglo XXI sea huérfano de promesas. En contraste con el modelo chavista, que es un desarrollismo estatal que busca industrializar a Venezuela en aras de abandonar su dependencia en el petróleo, los lineamientos de Lineras son neta y profundamente filosóficos. En vez de pretender crear una nueva matriz productiva y eficiente, a manos de un ejército de jóvenes venezolanos que se capacitan en una revolución del conocimiento, en Bolivia se pretende crear un nuevo ser humano, bajo un yugo draconiano impuesto por un ejército de individuos cuya cohesión y espíritu combativo se basa en reivindicaciones étnicas. Es decir, la revolución ética- cultural comunitaria es un impulso hegemónico benevolente, encausado por una etnia prístina, que salvará al ser humano de los impulsos instintivo-suicidas que conducen al abismo ecológico.
La intención de crear un nuevo ser, destruyendo el egoísmo, es noble. Existen dos obstáculos: Uno se llama Constitución Política del Estado, el otro es la naturaleza humana. El primero es un contrato social, aunque endeble y continuamente violado, que garantiza ciertos derechos básicos al boliviano, prohibiendo el nivel de violencia que requiere reformar una mente corrompida por el imperativo instintivo de buscar primero el bienestar y seguridad de los seres más cercanos. En China y Rusia se ejecutaron sumariamente millones de burgueses y contra-revolucionarios, una revolución cultural lamentablemente truncada por la naturaleza humana. Pretender transformar al “comerciante interior” que llevamos dentro, que busca obtener una ganancia, ha de requerir de mucho más que alarmas sobre un “suicidio colectivo” a manos de la corrupta ética “capitalista”. Esa letra comunitaria solo ha de entrar con sangre.
Transformar o sacrificar a los egoístas en nombre de salvar el planeta es el tren del socialismo comunitario al que nos quieren hacer subir. Pero si bien ya va a partir el tren “caballero”, la draconiana transformación del ser; el forjar una nueva ética socialista; e incluso imponer leyes elementales que protegen la vida, como ser prohibir conducir un vehículo en estado de ebriedad, comprueba ser una pugna por el poder, más que una propuesta ideológica “hegemónica” que convenza siquiera a todos los protagonistas políticos dentro del partido con la actual hegemonía del poder.
El socialismo comunitario es - en teoría - una fragmentación económica en pequeños catos de trabajo que favorezcan el “desarrollo personal, armónico y comunitario”, por encima de la productividad y ganancia. Ello requiere la correspondiente concentración del poder en manos del Estado inquisidor, una desarticulación productiva en nombre de preservar la Pachamama e imponer igualdad brutal. En la práctica, el modelo apenas alcanza para someter bajo el yugo ideológico a dos estamentos que deberían estar por encima de pugnas políticas: la ley y economía. Las tribulaciones detrás de la renuncia de Feliz Patzi – un resquebrajamiento político dentro del MAS bajo líneas étnicas - es evidencia adicional que el único norte que crea el socialismo comunitario es un apetito insaciable por el bastón de mando; en detrimento de crear condiciones para el desarrollo industrial nacional. Someten exitosamente a la economía y poder judicial. Pero la vocación del poder y apetito por obtener una ventaja personal a favor de nuestra pequeña comunidad – sea familia, federación o provincia - permanece impune ante las arremetidas filosóficas. La primacía del interés personal es una constante cultural que data de eras ancestrales. Si esa es la promesa hegemónica del socialismo comunitario, temo que la promesa hace rato se cumplió.