viernes, 26 de julio de 2013

Imperialismo Feminista

En la era colonial, hombres obligados a aceptar su inferioridad eran encadenados con lazos invisibles. Sus mentes atadas por el miedo y la superstición, los invasores prohibieron a nuestros antepasados recibir una educación. La lucha contra un poder sustentado en la ignorancia es hoy celebrada por casi toda la humanidad. Todavía existen, sin embargo, quienes añoran el privilegio de someter millones negándoles la libertad de educarse. La lucha en contra la igualdad de la mujer de los talibanes, por ejemplo, es una lucha declarada. Los talibanes celebran abiertamente haberle disparado a Malala, una niña de 14 años, cuya cabeza se cubrió de sangre por el atrevimiento de predicar que las mujeres tienen el mismo derecho de asistir a una escuela.

Un año después, su cabeza cubierta por la misma manta que uso en vida Benazir Bhutto,  Primer Ministro de Paquistán asesinada por terroristas, Malala habló en una reunión de las Naciones Unidas: “Declaremos entonces nuestra gloriosa lucha en contra del analfabetismo, pobreza y terrorismo – levantemos nuestros libros y nuestros lápices, que son nuestras armas más poderosas”. El terrorismo, aquel cáncer que colocó una bomba en frente de la casa de un cardenal boliviano, creando un pánico que hasta hoy perdura, ha cegado cientos de vidas de niñas inocentes simplemente por su descaro de querer leer y escribir. Al declarar una lucha en contra del terrorismo, la voz de Malala se une a la voz de más de un pueblo que combate aquellos que pretenden imponer sus valores y agendas a base del miedo.

El terrorismo es un tema complejo; las tácticas que utilizan algunos Estados para combatirlo a veces cuestionables y en contrasentido del Estado de Derecho. En Siria, por ejemplo, el Gobierno de Bashar al-Assad se ve obligado a torturar y asesinar a niños y mujeres en nombre de su lucha en contra el terrorismo. Al no unir nuestra voz de protesta al de la comunidad internacional, el pueblo boliviano implícitamente acepta como legitimas las prácticas anti-terroristas utilizadas por una minoría chiita contra la mayoría suni. Aplicar algoritmos a bases de datos de llamadas telefónicas (sin escuchar su contenido) para determinar patrones de llamadas posiblemente relacionadas a complots terroristas, sin embargo, nos parece una violación de la privacidad, lo cual nos ocasiona profunda indignación.

Bashar al-Assad, presidente de Siria, aplaudió el golpe de Estado en Egipto como una caída del “islam político”. El gobierno islámico de Morsy, aliado del gobierno islamista de Turquía, había realizado un llamado para la unidad de la oposición siria. Paralizado nuestro sentido ético de defender siempre principios democráticos, no pudimos pronunciarnos sobre el golpe de Estado asestado en contra de un enemigo (Morsy) de un amigo (Siria) de nuestro amigo (Irán); de igual manera que durante una década hemos suspendido nuestro sentido de indignación en contra de la agenda de los talibanes, porque debemos primero obedecer el principio de no censurar al enemigo de nuestro enemigo.

La afgana Sahar  Gul fue forzada a sus 12 años a desposar un hombre mucho mayor. Su inocencia fue interpretada como un acto de provocación. En represalia, la familia la golpeó al borde de la muerte y arrancó sus pequeñas uñas. La semana pasada un juez de la Corte Suprema Afgana puso en libertad a los tres familiares que habían sido sentenciados por intento de asesinato, después de cumplir apenas un año de su condena. Los derechos de Sahar parece serán nuevamente mancillados si el parlamento afgano pasa una legislación que limita los testimonios de testigos en casos de violación y violencia domestica.

En una sociedad patriarcal que menosprecia el aporte de la mujer, prácticas ancestrales conducen a muchos padres a asesinar a niñas recién nacidas en Afganistán. Tal pudo haber sido el caso de Fawzia Koofi. Cuando Fawzia era un bebé, sus padres la abandonaron bajo un sol ardiente. Afortunadamente, los padres recapacitaron y no la dejaron morir. Fawzia - ahora miembro del parlamento afgano - se preocupa por sus compatriotas mujeres, que posiblemente serán abandonadas a los caprichos políticos y culturales de los talibanes cuando las fuerzas internacionales abandonen Afganistán el 2014.

Resabios medievales de un fundamentalismo represivo empieza a cobrar fuerza en una nación indómita, que supo expulsar fuerzas coloniales del imperio británico, soviético y norteamericano. Millones de afganos murieron en su lucha contra el comunismo secular que su poderoso vecino del norte (URSS) quiso imponerles a finales del siglo XX. Ahora los talibanes se proponen combatir a la democracia liberal y derechos humanos que pretenden imponerles la comunidad internacional, al mando de los EEUU.

Si los EEUU utilizaron el ataque terrorista en su suelo (Torres Gemelas) orquestado desde Afganistán para hacer un “business”, hicieron un muy mal negocio. Habiendo derrochado mucha sangre y tesoros en páramos inhóspitos, los norteamericanos levantan las manos ante la dinámica patriarcal local. Bajo el dictamen que guía su política exterior (“¿Es en el interés de los EEUU?”), Washington ha perdido el apetito de seguir invirtiendo vidas y dólares en construir naciones o dictar (imponer) principios democráticos. Ante el vacío de poder que será creado en Afganistán una vez abandonen ese territorio sus fuerzas militares, existe el temor que la mujer afgana verá un dramático retroceso en las reivindicaciones políticas, sociales y legales que han ganado, gracias a los lances militares del imperialismo norteamericano, en la última década.

Le preocupará a nuestro pueblo, vigilante ante imposiciones culturales por parte de naciones industrializadas, que el gobierno norteamericano financie las escuelas, refugios y servicios legales que permitan defender los derechos de la mujer.  Las tácticas anti-terroristas de Siria son consideradas prácticas soberanas. Lo que nos indigna es el hecho que Fawzia Koofi pretenda que USAID se entrometa en asuntos internos de Afganistán, avanzando proyectos cuyo objetivo es salvaguardar los derechos de la mujer usando valores occidentales, para contrarrestar la arremetida talibán, que desea regresar el estatus quo de la mujer a una era ancestral. Como reserva moral de la humanidad tal vez tengamos que destapar el feminismo, esta nueva máscara del imperialismo, para defender el absolutismo patriarcal universal, usando nuestra arma favorita: el relativismo cultural, que enarbola tradiciones, usos y costumbres. A diferencia de la indignación que nos ocasiona el hecho que a los indígenas bolivianos se les haya negado una educación, denunciar la intromisión de Malala en asuntos internos y negarle ese mismo derecho a Sahar parece ser cuestión de defender la soberanía nacional afgana. 

viernes, 12 de julio de 2013

América Encuentra su Rival

En su infancia, con el fuego volcánico aun ardiendo en entrañas compartidas y unidas por el ombligo ecuatorial, los continentes de Bolívar y Mandela eran uno solo. Millones de años después, hermanas separadas por movimientos en sus placas tectónicas deben competir por galardones concedidos a quienes supuestamente mejor avanzan la capacidad de alimentar a su pueblo (FAO).  Más importante aún, África y América deben competir  por el capital que empresarios de todo rincón del planeta invierten en tierras fértiles.     

A diferencia de Asia y Europa, continentes cuya capacidad de atraer inversión se nos adelantó una generación, compartimos con África un pasado empañado por el yugo colonial; un pasado de explotación que ha dificultando el proyecto de vivir bien. Empapados en calor humano y un espíritu bastante más festivo que el de los nórdicos, ambos continentes ahora deben ahondar esfuerzos por lograr índices de crecimiento económico sostenibles en el tiempo.

América, de raíces cada vez más diversas, tal vez– por ahora – sea un lugar más atractivo para invertir que el mercado africano. No obstante, grandes capitales lentamente se dirigen hacia el continente madre; hacia aquellas tierras originarias de la humanidad, que paulatinamente abandona su dependencia en la explotación de recursos no renovables, para producir valor agregado a través de la educación, inversión, tecnología y manufactura.

No todos los recursos que permitirá a África abandonar la dependencia llegan en la forma de capitales extranjeros; algunos son transferencias de tecnología, otros son las temidas donaciones para educación, salud y construcción de institucionalidad democrática. En su último viaje al continente donde nació Barack padre, el afroamericano Barack hijo anunció que Washington incrementa el número de becas ofrecidas por el programa de Becas para Jóvenes Líderes Africanos, un programa que ofrece educación  superior en universidades norteamericanas a miles de las más brillantes mentes africanas.

Durante la visita del Presidente norteamericano a Sud África, jóvenes de diferentes naciones del continente le realizaron preguntas en un foro estudiantil a nivel continental (vía satélite). Las susceptibilidades no estuvieron ausentes. Algunos estudiantes acusaron a EE.UU. de tener interés en África solo porque el continente es una prioridad en la política exterior de la China. Otros se lamentaron que Obama no visitara Kenia, su patria ancestral, porque Kenia se ha acercado demasiado al Gran Dragón asiático.

La siguiente fue la respuesta de Obama:

“En primer lugar, nuestro compromiso con África está basado en que creemos en la promesa de África y el futuro de  África, y queremos ser parte de ese futuro. En segundo lugar, creo que todos deberían estar involucrados en África.” En ese sentido, Obama consideró positivo que África cuente con inversiones de China, India, Brasil y Singapur. “Todos, vengan a África, porque 6 de las 10 economías de mayor crecimiento en el mundo están justo aquí en África”, dijo, en medio de risas, el primer Presidente afroamericano que gobierna desde la Casa Blanca.

El Presidente norteamericano no ocultó que detrás del maquiavélico plan de ayudar a jóvenes talentos africanos a desarrollar habilidades de liderazgo cívico, administración pública y capacidades empresariales, existe un interés nacional. En su retorcida lógica capitalista, Obama está apostando por un futuro en el cual las naciones africanas lleguen a un nivel de desarrollo institucional, social, político y económico que permita un mayor consumo de servicios y productos producidos  en China, India, Brasil, Singapur y (egoístamente) los EE.UU.

La población de África excede los mil millones de habitantes. La edad promedio de los africanos es de 19.7 años. Se estima que para el año 2050, habrá tres africanos por cada europeo. McKinsey Global Institute estima que para el año 2035, África tendrá la masa laboral más grande del planeta. No obstante estas cifras, que la convierte en un mercado atractivo, África también padece grandes males. El 58% de la mano de obra se emplea en el sector agrícola y la mayoría de los otros trabajos son en sectores informales y auto-empleo. De las diez naciones más corruptas del mundo, nueve se encuentran en África. Los niveles de libertad política, representatividad democrática y abertura comercial del continente aun siguen siendo bajos. 

Habiendo lentamente ha superado los escollos de la guerra, 11 de las 20 naciones que crecen más rápido en el mundo son africanas. Nokia, Nestlé e IBM están invirtiendo grandes capitales en esas fértiles tierras del Sahara. En el 2010, Sud África se sumo a Brasil, India, China y Rusia como una de las economías emergentes con mayor éxito en el mundo. En el otro extremo del péndulo africano se encuentra Zimbabue, con una tasa de desempleo que ha llegado al 95%, un sector agrícola en las ruinas después de una corrupta reforma agraria que - en nombre de enmendar las injusticias de la era colonial – la obliga a revertir una galopante hiperinflación mediante la dolarización de su economía.

En una entrevista reciente, el Presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, criticó a Nelson Mandela por su actitud conciliadora con los blancos. "Ha ido un poco demasiado lejos en su buen trato a las comunidades no negras, algunas veces a costa de los negros", dijo Mugabe, lamentando a su vez el hecho que Mandela no haya despojado a los blancos de sus propiedades. El modelo de Mugabe, una especie de jihad económico, pretende imponer justicia social enarbolando los valores medievales del “honor” y la “venganza”. En contraste, Mandela supo dirigir a su nación a un proceso de reconciliación, después de los horrores del apartheid, instituyendo una serie de valores un tanto más modernos y positivos.

El contraste entre las dos naciones solo se le puede escaparse a ojos viciados por tintes ideológicos. Mientras que en Zimbabue la producción de oro cayó en veinte años de 27 toneladas en 1998, a tan solo 7 (una reducción de 75%) a raíz de una ley que prohíbe a extranjeros invertir en ese sector, la economía de Sud África sigue atrayendo inversiones, a pesar de haber desacelerado el 2013 de un crecimiento esperado del 3.2% a tan solo 2.5%. El ingreso per cápita de $ 11.000 dólares en Sud África, comparado con $ 780 de Zimbabue, debería – en sí - hablar volúmenes.

Las naciones africanas, antiguas vecinas nuestras, tierra originaria de nuestras tortugas, caimanes, monos y alpacas, deberán elegir entre desarrollar una economía de mercado, como la que Mandela heredó a su pueblo, y el jihad económico de Mugabe. Con una economía de mercado, naciones como Brasil, Rusia y China han sacado a millones de la pobreza. Con el modelo de jihad económico, que enarbola el discurso anti-colonialista por encima de la inversión, no es un convencido fundamentalista quien se inmola en nombre de un concepto abstracto del “bien”, sino que se martiriza el empleo y desarrollo de la siguiente generación.


En las próximas décadas los índices de crecimiento y el bien vivir del continente más joven del planeta dependerá de cómo se despojan de su pasado colonialista, para incorporarse de lleno a la economía global. Los  bolsillos, que dependen de empleos a ser creados mediante la productividad, educación e inversión extranjera directa, tendrán la última palabra; no así los delirios vengativos de caudillos que insisten en arremeter su burocrático caballo contra molinos de viento. Los resultados en el largo plazo tendrán la última palabra. 

jueves, 11 de julio de 2013

Medios Libres

La libertad siempre ha sido relativa. En la dialéctica entre socialismo y capitalismo, por ejemplo, se debate las luces y sombras de la libertad positiva y negativa. La primera es una libertad para avanzar una visión del bien; por lo general una voluntad colectiva que guíe al individuo por el camino que (en teoría) conduce a una sociedad mejor. La segunda es libertad de la opresión que ejerce el Estado sobre el individuo, por lo que establece los límites a la interferencia de terceros en la vida privada. La libertad positiva es colectiva, la negativa es individual. Para  evitar que el Estado se convierta en un déspota intolerante, o que la masa caótica de hedonistas enarbole un sinfín de caprichosas banderas personales, la sociedad requiere de un vigoroso debate entre diversas ideas sobre lo que es la libertad.

Otra libertad que motiva un tímido debate es la libertad de prensa. En un medio profundamente politizado, algunos creen que un periodista no puede desprenderse de su partidismo o ideología, por lo que su reportaje será necesariamente parcializado. Otros opinan que la información se ha convertido en mercancía, al mismo tiempo que asignan vastos recursos en la compra de espacios de publicidad política. Una de las funciones del Cuarto Poder es fiscalizar al poder político, independientemente del color de su camiseta. Por ende, es una falta de ética solo fiscalizar a unos y permitir que los otros gocen de impunidad. Monopolizar o tergiversar la información también atenta contra un principio básico de la democracia. Muchos son los posibles pecados de los medios de comunicación.

Existe una salvaguarda para la manipulación: la credibilidad. Un medio que pierde credibilidad, pierde clientes y – por ende – pierde dinero. A su vez, si un régimen aplica métodos autocráticos del siglo XX, ese régimen corre del riesgo de seguir los pasos de la Primavera Árabe. En su libro, “*La Curva de Aprendizaje del Dictador*”, William Dobson argumenta que en contraste con los regímenes autocráticos de antaño, los modernos son más sofisticados, por lo que – en vez de una represión abierta – ahora utilizan los medios de comunicación social e internet para reforzar su autoridad. Por ende, incluso un medio subvencionado por las arcas del Estado deberá ejercer cierta ecuanimidad a la hora de informar, si quiere ser efectivo en su rol propagandístico.

Otra salvaguarda para la manipulación mediática es la activa participación del pueblo en el debate político. En este sentido, existe una herramienta indispensable: la libertad de conciencia. Cuando observamos el caos y muerte en Siria, Irak y Afganistán, es evidente que en esas tierras no existe un debate político; existe una confrontación entre etnias y religiones. No puede existir libertad de pensamiento cuando lo que está en juego (en la mente del individuo) es la supervivencia (o supremacía) de su tribu. En otras palabras, no somos totalmente libres, ni puede entrar en juego un debate de ideas, cuando lo que existe es un empate catastrófico entre dos bandos antagónicos que – trágicamente - ocupan un mismo territorio.

En Bolivia, la libertad de prensa es una libertad relativa. Debido al gran vacío ideológico (nota: las “consignas” no conforman una ideología; son herramientas que conforman estrategias de comunicación) y ante la ausencia de un verdadero debate de ideas, lo que florece en nuestro medio es un ramillete de “*opinologos*”. Los medios de comunicación prestan sus espacios para que “*librepensantes*” de cada grupo político o movimiento social viertan allí sus agravios, desagravios y revisionismos. Entonces, en vez de un ejercicio democrático, que encamine a la sociedad a enfocarse en los grandes debates que habrán de decidir el destino compartido (intercambio comercial, responsabilidad fiscal, estrategias de desarrollo, sustentabilidad ecológica y contradicciones que emanan de una incipiente industrialización), lo que tenemos es un avispero de aguijones verbales destinados a trivializar las opiniones expuestas por el otro.

El actual contexto político-económico (la “estructura” del marxismo) no conduce a un vigoroso debate de ideas, conduce a un ímpetu por controlar el mensaje. En una democracia de apenas tres décadas, con una población nacional del tamaño de una gran ciudad china o mexicana, e ingresos millonarios producto de extraer riqueza del subsuelo, la cultura política (o “superestructura”) está determinada por el mismo rentismo que enriqueció a una oligarquía parasitaria. En vez de unos cuantos que vivían a costillas del Estado, ahora tenemos una creciente masa de empleados públicos cuya visión ideológica se limita a defender reivindicaciones que llegan cada mes en papel moneda. Se puede concluir, entonces, que el debate de ideas en la actualidad es aquel que corresponde a la madurez posible dentro del actual momento histórico; un momento caracterizado por la bonanza fácil y triunfalismo inmediato.

Los medios de comunicación posiblemente aspiren a jugar un papel dentro del próximo proceso electoral, un papel que se acerque al ideal del periodismo. Aquel papel de supuesto guardián, que fiscaliza a los poderosos y  proporciona al pueblo información imparcial, sin embargo, seguramente se ve obligado a moderar su voz en pos de su sustentabilidad económica. En juego hoy no está debatir sobre modelos de desarrollo, conceptos de libertad o maneras de asegurar la sustentabilidad de largo plazo de la estabilidad económica. Lo que está en juego una porción de la torta de la publicidad que pueden pagar los poderosos, que se disputan espacios y control del tono del mensaje. Cuando un medio de enfrenta el peligro de los números en rojo (déficit), el imperativo de credibilidad debe pasar al asiento trasero.

Si los medios tienen limitaciones a la hora de informar, ¿somos totalmente libres a la hora de debatir y pensar lo que queramos? Lo dudo. Las limitaciones impuestas por valores que gobiernan la mente e intereses que imponen su propia voluntad son las que determinan los parámetros del debate de ideas. Es decir, por encima de la construcción de alternativas y mejoras a los avances de los últimos diez años, lo que predomina la subjetividad e intereses encontrados.

La mayoría de ciudadanos votan sin importarles un comino el contenido del plan de Gobierno, resultados o debilidades de su partido político (el llamado “voto duro”). Una minoría sopesa  los diferentes argumentos y visiones, para reflexionar sobre las consecuencias, peligros y bondades que ofrece cada candidatura. Este reducido caudal de pensantes independientes podría decidir una elección cerrada. Considerando ésta lejana posibilidad, ¿qué temas son los que tal vez volcaría la opinión de los indecisos en una dirección u otra? Una evaluación de los temas fundamentales (no coyunturales) que están actualmente sobre la mesa, a meses de una elección presidencial, demuestra lo pobre que es nuestro debate político.


Vivimos un momento en el cual los medios que dependen de su credibilidad compiten con que los que dependen de capacidad de vender publicidad política. La coyuntura actual hace que, en vez de un debate de ideas, los medios se presten a avanzar la ilusión que hemos llegamos a la libertad, bienestar y desarrollo (tareas que siempre estarán incompletas, por grande el avance de una generación). Si bien todos parecen abogar por medios libres, pocos reconocen que todos (incluyendo los medios) somos medios libres a la hora de avanzar un debate político usando nuestra relativa libertad.