lunes, 30 de julio de 2012

Olímpicamente


Mitt Romney, candidato derechista, apoyó en Jerusalén un ataque israelí a instalaciones nucleares en Irán. Según su religión, Jesús visitó territorios gobernados por sioux y apaches después de ser crucificado. Su exitoso rescate en 1999 de las olimpiadas de invierno en Salt Lake City lo convierten, según Republicanos, en el mejor candidato para gobernar la mayor potencia militar. Atenas y Jerusalén: tan lejos y tan cerca de los norteamericanos.

En la pugna por el poder de Washington, se acusa al Presidente de EE.UU. de “capitalismo de camarilla” (Diego Ayo). Es decir, se lo acusa de financiar a grupos ideológicamente afines con el propósito que luego ellos financien su perpetuación en el poder. Según la derecha, Obama favorece a aliados políticos que se benefician de programas del gobierno (Solyndra) y  rescates financieros (UAW). Ver: “crony capitalism”.  

La religión del derechista y su rescate de los juegos olímpicos en la sede mundial del mormonismo no son motivo de crítica. Es la forma en la que acumuló una fortuna descomunal. La izquierda acusa a Romney de haber expatriado trabajos a China, con tal de extraer riqueza personal (capitalismo salvaje).

En el teatro de las elecciones por el poder político en septiembre, el debate asumirá la forma de una tragedia griega, una guerra total entre dos paladines que se arrojarán las más insidiosas acusaciones. Mientras se dilucidan las acusaciones entre los aspirantes al poder mayor, veamos un aspecto “olímpico” en la defensa de Romney.

El multimillonario dice que su éxito económico no debería ser utilizado en su contra. Si una sociedad denigra el éxito individual, dice Mitt, entonces se desincentiva el esfuerzo, creatividad y riesgo necesario para lograr la excelencia. En otras palabras, una sociedad pujante debe premiar aquellos que sacrifican el placer inmediato (alcohol y sexo), e invierten recursos (horas de estudio, capital  y trabajo) para desarrollar competencias individuales - o empresas - que avanzan el bien común.   

La izquierda contraataca con el viejo refrán, “mucho se espera de aquel a quien mucho se le confiere”. En otras palabras, aquellos que ganan mucho, deberían aportar más a las arcas del tesoro, especialmente en épocas de crisis fiscal. Pero ese es un debate para otro momento. El éxito personal de Mitt Romney tal vez fue a costillas de obreros cuyos trabajos fueron exportados a la China. No por ello debemos satanizar el esfuerzo personal.

Atletas de naciones con todo tipo de ideología y religión quieren ganar una medalla en las olimpiadas de Londres. Todos los atletas reciben mayores o menores incentivos de sus respectivas naciones para ganar. Pocas delegaciones van de turistas (¿Claure?). Si bien no todos los atletas gozan del mismo grado de apoyo o libertad individual, todos se benefician de políticas diseñadas para premiar su ambición. 

Con el satélite Tupak Katari, Bolivia entra a la carrera espacial. Setenta y cuatro talentos irán becados a China. Se espera que los elegidos sean los mejores, no los más fieles al partido. Futuros debates aquí deberían incluir un acápite sobre los incentivos para el esfuerzo y honestidad. Los resultados en Papelbol, Lacteosbol, Cartonbol y otras iniciativas estatales son parámetros importantes en el desarrollo de condiciones para lograr buenos resultados. Tal vez el éxito de Romney tenga un alto costo social. Pero la excelencia del grupo empieza por premiar la excelencia individual; no la lealtad circunstancial. 

jueves, 12 de julio de 2012

Doble Filo


El lenguaje es arma de doble filo. Poderosas cadenas se forjan a base de ignorancia; con el lenguaje cómplice de más de una cárcel mental. Saber leer no garantiza que las palabras que penetran los sentidos nos liberen, porque a veces manipulan. Es por eso que debatir es sano. Pero cuando se reduce la posición del otro a una palabra, se elimina el debate, para caer prisionero de la propaganda y distorsión.

Los sofistas fueron famosos por su capacidad de torturar conceptos en nombre del poder. La artimaña favorita ahora es matar el argumento contrario mediante el uso del prefijo “neo”. Al agregarle “neo” al adjetivo, se condena al otro, por lo menos al ridículo. Confieso haber caído en la tentación. Neo-indigenismo, neo-populismo, neo-ecologismo, neo-evolución. La lista es larga. Somos expertos en el reduccionismo propagandista.

 Explicar qué es, y qué no es, una política “neo-liberal” es arar en la arena.  El debate hoy es sobre el keynesianismo (estimulación de la demanda), elevar los impuestos a los más ricos y regular al sector financiero. Todas estas políticas implican un protagonismo del Estado y son vigorosamente debatidas en Europa y EE.UU. Si acaso queda algún resquicio “neoliberal”, es en el argumento de reducir el gasto público y déficit fiscal. Ese debate vigoroso aquí nunca ha existido.

Diferenciar lo neoliberal del liberalismo es perder el tiempo. Ese debate lo ganaron los propagandistas. Juré no volver a intentar. Pero mi neo-letargo fue interrumpido por la diputada Pierola, cuando tildó el proyecto de construir un teleférico entre La Paz y El Alto como un proyecto “neoliberal”. O la diputada Pierola está siendo irónica, o simplemente hemos desvirtuado las categorías al punto de disparar palabras al aire como si fuesen petardos en marchas de protesta.

A “neoliberal” ni siquiera llegó la política de eliminar gradualmente la subvención a la gasolina. En aquella oportunidad, en evidente falta de honestidad intelectual, la oposición no tuvo el valor de entrar en un sano debate. En lugar de cuestionar la forma como se pensaba aplicar el “gasolinazo” y defender un principio elemental (el Estado no debe subvencionar a los más ricos, ni a la economía de vecinos en frontera), optaron por lo fácil: propiciar al Gobierno un ojo en tinta. El debate nunca existió. Hoy el déficit fiscal se profundiza porque sería suicidio político permitir que se acuñe el término “neo-gasolinazo”.

Las políticas “liberales” de Lula, Bachelet, Humala y Dirma sacan a millones de personas de la pobreza. Crear empleos a través de la inversión privada no es una política “neoliberal”. En el caso de Brasil, Colombia, Perú y Chile (las economías más exitosas del continente), se practican  políticas de Estado a la derecha de Cuba. Pero si más de 2/3 de la humanidad está a la derecha de Fidel Castro, eso no quiere decir que el planeta sea “neoliberal”.

El desnivel que ofrece la ladera entre dos grandes urbes hace del teleférico una solución ideal. El hecho que el teleférico originalmente lo plantearon “otros”, no lo hace un proyecto neoliberal (menos aun si los pasajes son subvencionados). Me encanta la ironía de la diputada Pierola. Pero si la ironía es cómplice en asesinar el debate entre modelos de desarrollo, entonces puede ser arma de doble filo. Cuando la palabra (sea “neoliberal” o “cocalero”) forja prejuicios, ese reduccionismo se presta a la propaganda barata. Eliminar el debate mediante la distorsión del leguaje es una forma de adoctrinamiento, un ejercicio poco democrático que nos hace daño.