martes, 24 de noviembre de 2009

Malla Olímpica

El monopolio del concepto “bolivariano” - marca registrada de un proyecto ideológico - se ha profundizado con la llegada a Bolivia de los Juegos Bolivarianos. Con la bendición del Presidente Hugo Chávez Frías, los dioses del Olimpo triunfalmente descendieron sobre nuestro suelo plurinacional. Iluminada su razón por deidades helénicas, guiado su corazón por una muy llanera sabiduría, la encarnación de la “espada de Bolívar” ahora también expropia el concepto de “competencia”, para liberarlo de las garras del capitalismo. Estoy seguro – sin embargo – que de ser libremente cuestionada su admiración por el esfuerzo titánico de un atleta, Chávez manifestaría su voluntad de subordinar su egoísta sed de medallas preolímpicas a la humanista vocación de una excelencia desinteresada.

Toda corriente del capitalismo presupone que la excelencia se logra a través de una sinergia entre individuos que comprenden que no pueden competir, si primero no existen condiciones para cooperar entre ellos. En el “capitalismo” se premia el resultado en equipo del esfuerzo individual; una “cooperación” basada – en teoría - en una distribución justa de medallas. En contraste a sistemas fascistas de izquierda o derecha, son los sujetos - y no una burocracia - quienes determinan libremente cuando el aporte personal es o no es merecedor de dicho primer lugar. En la práctica, ganan la carrera capitalista por lo general los más mañudos, los que heredan una posición privilegiada, o aquellos dispuestos a vender su alma al todopoderoso dólar. La evidencia demuestra – sin embargo – que esa lamentable deficiencia sistémica y angurria de preseas se da también dentro del socialismo bolivariano. Es tan generalizada esta condición, que conduce a sospechar que el culpable es el factor en común entre ambas corrientes ideológicas: la naturaleza humana.

Las medallas bolivarianas se reparten según la militancia partidista o disposición a la complicidad de grandes hombres de negocios, cuya gran aptitud es saber mover capitales entre socios del alma. Ignoremos por el momento a empresarios con camisa marca camaleón, para enfocarnos en los atletas, los supuestos protagonistas del presente relato. Si bien es cierto que gran parte de los atletas compiten por amor a su patria y al deporte, la vocación social de un gran número de atletas “preolímpicos” es también masajeada por incentivos que se convierten en oro, de una u otra manera. La evidencia sobre la naturaleza humana tiende a mostrar que el esfuerzo y sacrificio es – en la mayoría - directamente proporcional a la posibilidad de recompensa. Tal vez en muchos la recompensa sea el placer olímpico de vencer al otro, o una vocación personal que impulsa a hacer bien el trabajo, incluso cuando no se percibe un sueldo. Pero se equivocan los socialistas al creer que pueden imponer las virtudes de una gran minoría al resto de la población. Sus grandes contradicciones los delatan.

Contradictorio, por ejemplo, es que a tiempo de profesar devoción por dioses del Olimpo en su occidental pugna por el primer lugar, el Presidente Chávez arrope su belicosidad en velos de una revolución que él llama “femenina”. Disfrazado su propio maniqueo absolutismo, lanza la jabalina a la siniestra devoción a la optimización del uso de recursos de la lógica capitalista. Para Chávez, la competitividad que nace del imperativo de la eficiencia no solo es masculina, sino que es también perversa. Nos advierte en sus muy entretenidas intervenciones públicas que, “los capitalistas celebrarían una epidemia”. ¿Por qué? Procede el paladín a explicar: el macabro gozo capitalista de la muerte se debe a que la economía se ”beneficiaría de la creciente demanda de ataúdes”. El socialismo, en contraste, no tiene interés otro que el bienestar humano, aun cuando la evidencia demuestra que su deficiente comprensión de la “competencia” perpetuán otra gran epidemia: la pobreza.


Los incentivos funcionan sobre todo cuando los resultados pueden medirse con fidelidad. En
el deporte, por ejemplo, es relativamente fácil medir el desempeño, porque alguien siempre gana. Esta particularidad del deporte delata un elemento igualmente siniestro de los incentivos de Chávez: su afinidad a prestarse del espíritu olímpico la obsesión con destruir y subyugar a toda competencia. Si bien es perversa su estructura de incentivos, hay que reconocerle su merito de haber construido una estructura muy efectiva en su precisión.

En los Juegos Bolivarianos se busca incentivar la excelencia. Entre los bolivarianos, el uso de incentivos selectivos logra lubricar excelentemente la obediencia y lealtad. Es debido a la precisión en la entrega de medallas de oro del Estado, que no le cabe duda a una pequeña élite cuando (y cuando no) obtiene su preciada presea. Lo triste que es que esta manera de “competir” se parece demasiado al elitismo capitalista. En el caso bolivariano, la nueva casta de militares, políticos y empresarios han dado un gran salto olímpico; mientras que los demás debemos resignarnos a que sea su comité organizador quien decida si por nuestro esfuerzo individual merecemos (o no) una mención honorífica al mérito. Ojalá ese sacrificio – “vocación social” – fuese para crear un Estado de Beneficencia. Lamentablemente – y como siempre –se llenan de medallas apenas unos cuantos titanes, mientras el Estado Totalitario construye sigilosamente una malla olímpica alrededor de nuestra posibilidad de alcanzar excelencia y construir nuestra libertad.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Ofensiva su Mejor Defensa

Resulta ofensivo que el sufrimiento de cientos de rehenes encarcelados por las FARC en selvas colombianas se desvanece ante la sola posibilidad que un soldado norteamericano sea juzgado en una corte militar propia por un crimen que aún no ha cometido. Es digno de un premio Nobel que - en lugar de sentirnos agredidos por el narco-terrorismo de las FARC - la hermandad entre las extremas izquierdas conduzca a nuestros pueblos a sentir ganas de derramar sangre para defender su derecho a impunemente asesinar, violar y lucrar del luto colombiano. La burda manipulación del psique colectivo – con claros fines electorales – pretende crear una psicosis de guerra; una cortina de humo tan descarada ¡que funciona! La verdadera guerra – sin embargo – es entre ideas, una batalla que los extremistas están cada vez más cerca de perder. Y como lo saben, se desesperan. Ojalá que la escalada de violencia entre Colombia y Venezuela; en la frontera entre México y EE.UU.; y en toda gran urbe latinoamericana logre lo impensable: que EE.UU. renuncie a su desgastada e inútil política hacia el narco-terrorismo. Si los EE.UU. abandonan las bases militares por la legalización de la cocaína, ese cambio pondría fin al lucrativo negocio del narco-terrorismo, acelerando así el descalabro del extremismo latinoamericano.

Lo último que el gobierno de EE.UU. quiere - o necesita - es otra guerra. Su pueblo esta fatigado y enfermo de prestar a sus hijos para que mueran en aventuras militares con fines ideológicos, o para hacer el ingrato papel del policía que todos odian. El imperio norteamericano está en crisis y peligro de implosión. Su arrogancia se viste de verdades absolutas; una tozuda incapacidad de entender los matices y consecuencias de su dogmatismo. Su arrogante apego al principio de “cero tolerancia” en el ámbito de los estupefacientes – cuya experiencia durante la Prohibición de principios de siglo XX debería ser escarmiento suficiente - conduce a una política exterior inflexible y a un peligroso maniqueísmo. En su lucha contra las drogas, los EE.UU. se han golpeado la cabeza mil veces contra la pared y caído otras tantas en el mismo hueco. ¡Pero no aprenden! La violencia que se apodera del continente americano tiene una sola raíz: el narco-terrorismo. Pretender controlar un negocio tan grande, con raíces políticas tan profundas, utilizando violencia militar, es una gran imbecilidad. En lugar de tropas norteamericanas, este cáncer debe ser extirpado mediante una burocracia internacional.

El único libre mercado que defienden implícitamente algunos gobiernos de nuestro hemisferio es el de la cocaína. ¿No es hora de empezar a tratar a las víctimas de las drogas en clínicas y controlar medicamente su adicción? En lugar, estamos tratando la aflicción en las morgues, manejando los cientos de miles de cadáveres de víctimas de una guerra entre carteles, que a este paso no ha de acabar jamás. En juego está la estabilidad del hemisferio. La verdadera desfachatez norteamericana no es acudir a la ayuda del pueblo colombiano en una terrible guerra que le ha causado luto durante décadas. ¡No! Su verdadera imbecilidad es creer que puede pelear “fuego con fuego”. La cocaína hay que legalizarla, controlarla y venderla en clínicas bajo receta médica. ¡Punto!

Colombia es el único país del hemisferio comprometido ideológicamente al libre mercado. Si bien nuestras “potencias” locales - Brasil, Chile y Argentina - manejan idénticas políticas; con maquiavélica complicidad les guiñan el ojo a sus camaradas marxista-leninistas. Solo el pueblo colombiano ha asumido una posición abierta en defensa de su derecho al intercambio comercial. ¡Allí está la verdadera guerra! Si debido a sus chauvinismos ideológicos (vis-a-vis el narco-terrorismo), EE.UU. le regala una bandera ideológica precisamente a esa lacra latinoamericana, flaco será el favor que le hace a todo el continente.

La cortina de humo del alma intenta abarcar las elecciones en Colombia, una silenciosa invasión que pretende regalarle a las FARC el territorio entero, para que así mejor financien la revolución. Si bien el pueblo colombiano está fatigado y enfermo del narco-terrorismo, la ignorancia es atrevida y la manipulación mediática de Telesur un caballo de Troya que podría calar en mentes fácilmente inducidas por la psicosis. Si los EE.UU. quieren realmente asestar un golpe mortal al narco-terrorismo, deben tener el valor de admitir su error y legalizar de una buena vez la cocaína. La prohibición de la cocaína hace de su consumo un elegante acto de rebelión. Su legalización, regulación y trato de todo aquel que consume cocaína como un “enfermo” que debe acudir a centros médicos para satisfacer su adicción, eliminaría de inmediato la violencia y el glamur. A su vez, quitándole el financiamiento al narco-terrorismo, el proyecto extremista perdería su mejor aliado. La guerra de ideas – sin embargo – sigue atrapado bajo cortinas de humo y cruce de balas de una estúpida guerra contra el narco-terrorismo que – a base de fuego – jamás se logrará ganar.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Bloqueo de Caminos

Integrar barrios y laderas requiere de visión, inversión y sacrificios. Un ejemplo son los puentes Trillizos, que compensarán molestias inmediatas, con placeres vehiculares de largo plazo. Un mejor y óptimo flujo de recursos, después de todo, mejora la calidad de vida de todos. Un recurso básico – sin embargo - está siendo muy mal utilizado. Ese recurso es la más básica y pálida sensatez. La cortesía de ceder el paso – por ejemplo – es otro sacrificio que ayuda a mejor utilizar nuestros recursos. Sin embargo, confundimos la civilidad con ciego altruismo, cuando en realidad la cortesía es un interés personal iluminado que permite avanzar conductas racionales de mutuo beneficio. Si bien es cierto que estamos obligados por ley a permitir que avancen los demás cuando la luz está en rojo, tan solo una cortés urbanidad detrás del volante garantiza un tráfico dinámico, evitando así que el caos se apodere de nuestro diario transitar.

Un sacrificio que realizamos todos los días es detener el paso para que pasen los demás. Ese principio básico confunde a mentes incapaces de descifrar la lógica del bien común. A la vez que se rasgan las vestiduras por la solidaridad comunitaria, quien al final gana es su ciego egoísmo, que les impide entender que no bloquear una intersección permite un mejor fluir del tráfico. La lógica del buen uso de recursos dicta que algunas veces debemos detener el paso, incluso cuando el verde nos confiere el derecho a circular. Cuando esa ética cívica se multiplica en cadena, la cortesía de sacrificar unos cuantos segundos es recompensada con un tránsito más ligero. Pero como la lógica es el recurso más escaso, a base de ignorantes bocinazos nos vemos obligados a meterle nomás, causado en cadena una maldita trancadera.

De no estar bien sincronizados, dos semáforos pueden también bloquear la circulación. Cuando una luz se pone verde, pero más abajo otra pasa a rojo, la contradicción perjudica a todos, que debemos democráticamente esperar a que el tráfico fluya a cuenta gotas. Si multiplicamos el tiempo perdido y gasolina desperdiciada, por las miles de horas que se pierden al año en cada intersección, lograremos entrever nuestra complicidad en el deterioro gradual del medio ambiente. Pero parece que las humaredas escupidas a la atmósfera en nuestro diario ritual del bloqueo de caminos no aporta al deshiele de nuestras cordilleras. Como los culpables del calentamiento global son otros, nuestra condición de víctimas nos confiere el derecho de seguir metiéndole nomás.

Se requiere mejorar nuestro uso de recursos. Una mejora sencilla es sincronizar semáforos en intersecciones estratégicas. ¿Cuánto costaría coordinar algunos semáforos para mejor organizar nuestra convivencia? Sincronizarlos ahorraría cientos de miles de horas y recursos mal invertidos en esperar que los semáforos se pongan por fin de acuerdo. Pero es más fácil profesar gran amor por la Pachamama, a la vez que se ignoran principios básicos de convivencia y protección ambiental. Bloqueados mentalmente, somos cómplices de perpetuar burocracias y conductas que detienen nuestro paso y ayudan incrementar la contaminación. Deberíamos ponernos rojos todos, pero de vergüenza. No obstante, sin sangre en la cara, nos quejamos de los malditos que con su egoísmo a la distancia destruyen el planeta, mientras aquí – con idéntica arrogancia – desperdiciamos recursos; entre otros la capacidad mental. Ese bloqueo invisible conduce a la perversa lógica que los explotadores deben actuar racionalmente en pos de preservar el medio ambiente, mientras que los explotados tenemos derecho de seguir metiéndole nomás.

martes, 3 de noviembre de 2009

El Imperio Boliviano

Si la definición de “imperio” es cuando un pueblo somete a otros, entonces en Bolivia ha habido por lo menos dos. No sabemos si para llegar a los Andes tuvieron que cruzar el estrecho de Bering o navegar los mares del Pacifico. Lo que sabemos es que nuestros antepasados del Asia primero se convirtieron en incas, para luego transformarse en un imperio. También sabemos con certeza que los otros colonizadores llegaron en fragatas; españoles que – al igual que los incas – sometieron a otros pueblos. Sus descendientes eventualmente se liberaron del yugo de la corona, solo para implementar su mezquina y racista jerarquía. Con el mismo desprecio de los incas hacia etnias conquistadas, estos hijos de la monarquía sometieron a los demás pueblos bajo el imperio de un Estado colonial.

“Aprendimos a leer, ya no nos maman” lee una leyenda escrita en paredes urbanas. Saber leer no es garantía de saber pensar, mucho menos de que los pueblos estén siendo liberados. El desprecio intolerante hacia otras etnias – por ejemplo – sigue siendo utilizado como arma de guerra psicológica para manipular mentes que se dejan conducir ciegamente por el odio. Aquí nadie parece haberse enterado del masivo repudio en EE.UU. estas últimas elecciones hacia los actos ilegales por parte de mandatarios elegidos democráticamente, que se mamaron a su pueblo con patrañas del “terrorismo” internacional. Cuando es el Gobierno de EE.UU. el que viola los derechos humanos, entonces no hay matices, ni posibles transformaciones. Pero cuando se trata del violento accionar del imperio bolivariano, los trazos son muy finos, justificando las muertes con la excusa de los miles de años de injusticia y explotación. Cuando el Gobierno boliviano es quien debe justificar su uso de fuerza mortal, entonces el fin justifica los medios y todo aquel que cuestiona su accionar es un traidor. Ese argumento lo aprendimos – irónicamente – del que fue vicariamente vilipendiado en las urnas por su propio pueblo: George W. Bush.

Otro gran ardid que venden gracias a la ignorancia es la conspiración que Bolivia estaba “en venta”. Bajo esta lógica, los únicos países soberanos son aquellos tan pobres, xenófobos, autárquicos y sin leyes, que nadie está dispuesto a invertir en su desarrollo. Las naciones más prosperas del planeta, son aquellas que abren sus puertas y brindan garantías a la inversión de capital. Si se mide el nivel de soberanía nacional en función a la ausencia de empresas extranjeras, entonces EE.UU., Brasil, Chile, Argentina, Canadá, toda Asia y toda Europa son pobres pueblos que se han vendidos enteritos. El hecho que el estándar de vida de sus pueblos es muchísimo más elevado que el nuestro debe ser pura casualidad. Nacionalizar recursos estratégicos y revertir una insensata privatización de servicios básicos ha colocado al Estado boliviano en una mejor posición para defender los intereses de los más necesitados. Las correspondientes ineficiencias tal vez sean – en el mediano plazo – un mal necesario. Lo cierto es que esas medidas cuentas con el apoyo del pueblo. Pero seguir satanizando toda y cualquier inversión extranjera es muy grande mamada.

La campaña mediática que explica la caída en el IDH debido a la caída de los precios internacionales del petróleo es otra metida de dedo a la boca de pozo. Si un menor precio del petróleo causa un menor presupuesto, entonces el superávit que tiene el Estado boliviano se debe a los precios favorables. La explicación del Gobierno, sin embargo, es otra. Cuando sufren las arcas, es debido a una conspiración que sabotea al imperio bolivariano con menores precios para el petróleo. Pero para tener la breve bonanza económica lo único que se necesitaba – nos quieren hacer creer - era un modelo “macroeconómico” que ahogue toda inversión.

Por último está la ingenuidad. Nadie acusa al Gobierno boliviano de estar involucrado en el separatismo. Una acusación es que permitieron que Roszas se convierta en un señuelo que atraiga moscas, para luego fumigarlas. Otra es haber actuado en su muerte al margen de la ley. El cuento que nos venden, sin embargo, es la CIA quien “enseñaba” a los policías a obtener evidencias de una escena del crimen. ¿A quién quería desestabilizar la CIA? ¿Enseñaban a los policías a filmar las turbias fechorías de los gobiernos “neoliberales”, para luego desestabilizarlos? ¡Parece que la lógica murió junto a los supuestos terroristas!

Filmar la escena del crimen debería ser una práctica obligada por ley, porque demostrar visualmente que la evidencia fue manejada con probidad garantiza los derechos de todo humano, no solamente del boliviano. Pero en lugar de claridad, reina la ambigüedad. No quedaba claro si el Gobierno infiltró al grupo terroristas desde un principio, o a medio camino. La necesidad de brindar una explicación ha sido también eliminada, simplemente retractando la versión inicial. Sembrar dudas, acusar sin fundamento y marear la perdiz es parte del proyecto de implementar un nuevo imperio bolivariano. Si el pueblo no puede ver el avance de una nueva agenda imperialista es porque tal vez aprendimos a leer, pero con maquiavélica ingenuidad nuestra mente sigue siendo manipulada.