domingo, 30 de noviembre de 2008

Cerdo Libre

Al cuerpo el cerebro le da lo que al cerebro el cuerpo pide. Su principal mandato es comer; sobre todo muchas grasas y azúcares. Nuestra dieta es una dictadura populista del cerebro, que da rienda suelta a los insaciables apetitos de la piel. Hace diez mil años, dejarse llevar por impulsos primales era la mejor estrategia de supervivencia. La cantidad de comida chatarra ahora disponible hace al cerebro primitivo nuestro peor enemigo.

No todos los cultivos son iguales. Uno reciben subvenciones, otros una implícita bendición. Si somos lo que ingerimos, entonces unos se convierten en maíz y soya, mientras otros se transforman en hojas de coca. Las altas fructuosas del almíbar de maíz son utilizadas en refrescos, galletas, kétchup y aderezos de ensalada. El aceite vegetal de soya en margarina, pan, mayonesa y cremas para café. Pero en Bolivia, en lugar de la alta presión arterial, diabetes y obesidad de naciones industrializadas, celebramos el alto contenido de calcio proveniente de la hoja sagrada. No es mi intención impugnar la magra nutrición, que permite a Bolivia superar en expectativa de vida únicamente a Guyana. Al que siento en el banquillo de acusados es al cerebro humano. En particular, al que acuso es al cerebro norteamericano, que reproduce cerdos consumistas, más obesos cada vez.

El clamor populista de los cerdos capitalistas es ¡consumir fritos y dejar morir! Su cerebro detesta la troica maldita: grandes empresas, gobiernos y sindicatos. El problema, reza su fundamentalismo, es que cuando estos tres crecen demasiado, distorsionan el libre mercado. El gobierno no debería intervenir en el rescate financiero de la columna vertebral de la manufactura industrial norteamericana, reclama el cerebro populista capitalista. Sin importar el precio en empleos en EE.UU., China, Brasil, México, Canadá y Europa, la ley de la selva debe predominar; si GM, Ford y Chrysler no pudieron sobrevivir por cuenta propia, lo mejor que puede pasar es que desaparezcan, junto con sus inmensos y odiados sindicatos.

El mandato del presidente electo Obama es sacar a su nación, y al resto del planeta, de una peligrosa recesión. Durante las elecciones se dio de bofetadas con Hillary Clinton. Ahora su ego herido cede ante el imperativo de formar un equipo de rivales. El cerebro primitivo funciona diferente, pretendiendo primero ser “razonable”, para luego eliminar al enemigo y así aferrarse al poder. Mientras que eliminar al enemigo político era la única estrategia de supervivencia en las pampas africanas de hace diez mil años, la complejidad de los problemas modernos hace al cerebro primitivo un grave peligro.

Dar rienda suelta a los odios y apetitos es mandato del cerdo primitivo. Más de sesenta por ciento del pueblo norteamericano han manifestado su voluntad de dejar morir GM, Ford y Chrysler, justificado su posición con el desprecio que les ocasiona la “injusta” intervención del Estado; la otra “mitad” prefiere elevar las tarifas para coches extranjeros, iniciando así una nueva era de proteccionismo y ruina del comercio internacional. Permitir al cerebro populista expresar libremente sus prejuicios, odios y apetitos es una receta suicida, que eleva los índices de obesidad y desempleo, atentando incluso contra la estabilidad global. Queda claro que la tiranía de la mayoría es capaz del suicidio colectivo en nombre del libre mercado, y también en nombre de su destrucción. La dieta del cerdo libre ha perdido su utilidad evolutiva, para convertirse en una dieta de muerte.

Flavio Machicado Teran

jueves, 13 de noviembre de 2008

Hechos de Hectáreas

En Estados Unidos, los periodistas abiertamente conspiraron contra el presidente Bush, ridiculizando su intelecto, resaltando sus múltiples errores. Los periodistas hicieron público el fracaso de sus políticas económicas y la irracionalidad de su política exterior. Los periodistas atentaron contra la investidura presidencial, por lo que debieron ser callados, para permitir que el presidente de la nación continúe impunemente con su estúpida agenda.

En Bolivia, los sacerdotes organizaron su congregación y – en lugar de postas de salud o escuelas – construyeron en el barrio un templo sagrado; extraviándose de su misión terrenal de construir la infraestructura social básica, perdiendo su tiempo en abstractas búsquedas espirituales. Los abogados se apropiaron del derecho de interpretar la ley, maléficamente invirtiendo media década de sus vidas en la universidad, para entender las normas que manipulan nuestra convivencia. Por último, los militares se entrenaron para utilizar sus armas en el sometimiento del pueblo en opresivas dictaduras.

Cuando reportan los hechos, los periodistas bolivianos también tienen una agenda política. Debajo de sus reportajes yacen las miles de hectáreas de los dueños de los medios de comunicación. El mandato del presidente Morales, según parece, se ha convertido en redactar una larga lista de culpables que – en su mente - justifican su pobre desempeño. No miente el presidente cuando señala la corrupción que suele embargar al espíritu humano. Actos de egoísmo, inspirados por ganancias monetarias, lujuria de poder, o fervor religioso, se han manifestados sistemáticamente a lo largo de nuestra historia. La evidencia de nuestra mediocridad ahora le sirve al mandatario para justificar la propia.

La tribuna que aquí utilizó para verter mi sarcasmo no ha de transformar a siquiera uno de los cegados por el canto de su propio prejuicio ideológico. Ellos sólo encontrarán consuelo en sirenas que justifiquen su derrotero a la mezquindad. Ese nefasto capítulo lo escriben – libres del peso del discernimiento - todos los días. Si logran apoderarse del gobierno por veinte años, al igual que Fidel, necesitarán de otros veinte para seguir presentando excusas. No escribo para iluminar o convertir aquellos que - en lugar de construir un país - pierden el tiempo buscando molinos de viento. Mi intención es predicar al coro, porque el coro debe despertar.

Debemos cumplir con la ley, porque es la única esperanza de implementar la sabiduría colectiva. Si la ley sigue siendo manipulada para satisfacer agendas personales, hemos de contribuir a la actual infamia. Debemos entender que existe un solo Dios, pero también la libertad de adorarlo según nuestra conciencia, y no por imposición ajena. Debemos proteger las libertades democráticas, para evitar dictaduras militares o populistas. Debemos ser imparciales al presentar los hechos, dejando en claro cuando el reportaje intenta ser objetivo, y cuando es un comentario editorial. Pero todo esto requiere de una nueva ética ciudadana, una nueva convicción personal de hacer mejor las cosas, que luego se traduzca en un ejemplo que guie a nuestros hijos por mejor camino.

Son épocas de sequia social, enceguecidos todos por una falsa promesa de cambio. Lejos de sentirnos derrotados, debemos convertirnos en el cambio necesario. Si tan solo reprochamos la ignorancia, estaremos manifestando un vicio peor: predicar aquello que no practicamos. Debemos hacer mejor nuestro trabajo: reporteros, sacerdotes, abogados y militares, todos por igual. Solo así haremos justicia a Dios, la ley y nuestras sagradas instituciones. Es hora de sembrar virtudes y verter mejores ideas y argumentos sobre el terreno político, para que - hectárea por hectárea - generaciones futuras cosechen un futuro mejor.

CONTEXTO DEL ARTICULO: http://www.la-razon.com/versiones/20081113_006455/nota_250_709712.htm

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Sálvanos de Ídolos

La idolatría es una herramienta legítima, únicamente cuando la crisis es mortal. La concentración del poder, por lo general, es peligrosa. En ciertas coyunturas, parece ser imprescindible. Cuando el pellejo de todos demanda que obedezca ciegamente, seré el primero en renunciar mi libertad. En circunstancias normales, detesto la manipulación. Pero si entrar en un trance hipnótico garantiza que la energía colectiva será efectivamente enfocada en vencer la muerte, estoy dispuesto a convertirme en uno más del rebaño.

La Creación nos brinda todo tipo de instrumentos. Los mezquinos somos los humanos, que cedemos ante la tentación del fundamentalismo ideológico, consintiendo a su ignorante mandato de arrojar al basurero de la historia aquellas armas que no tienen lugar en el prejuicio de su altar. Toda herramienta tiene su lugar en el tiempo y el espacio, coyunturas que hacen útil incluso alfileres. Los ignorantes, sin embargo, pretenden obligarnos elevar a calidad de falsos ídolos sus herramientas favoritas.

La herramienta “idolatría” me tiene preocupado. Si pudiese elegir, preferiría arrojar mi energía detrás de la agenda del cambio, y no detrás del chasqui que llega para anunciarlo. Cuando el mensajero del cambio asume la calidad de Zeus, acaparando pasiones en el imaginario colectivo, suele ser tentado a trepar solito el Monte Olimpo. El mundo entero encarna en Obama un nuevo mesías; aquel esperado redentor de los pecados de la modernidad. Tal énfasis en una persona - en lugar de la agenda compartida - tiene el potencial de hundirnos en la mayor de las amarguras, o elevarnos por encima de nuestra triste condición actual.

La elección de Obama ha tocado la fibra más intima de mi ser. Con el inconfundible contraste de la noche de telón de fondo, la aurora destella sus primeros rayos de esperanza. En el rostro moreno de Obama, el planeta entero encuentra su reflejo. Si un negro llamado Hussein es el elegido, los más básicos valores humanos podrán también ser redimidos del amargo matrimonio con la agenda geopolítica de unos cuantos. Ahora podremos creer nuevamente en la igualdad y la libertad, sin despertar el reproche de los que sufren de neurosis ideológica y otras demagógicas patologías. Pero no puedo, en medio de tanta algarabía, evitar cuestionar la maldita predisposición humana de hacer incluso de la salvación una agenda personal.

La crisis planetaria es demasiado profunda como para cuestionar la manera como la energía ha sido creada. La necesidad de unificar las voluntades es tan grande, que justifica incluso adorar ciegamente al mensajero accidental. Bajo condiciones normales, prefiero glorificar la agenda del cambio y transformación, y no al ídolo que nos conduzca a ella. Pero la profundidad de la crisis planetaria nos obliga utilizar toda herramienta que provee la Providencia, incluyendo un juvenil acaloramiento global.

Obama no eliminará los pesos y contrapesos que equilibran la supremacía del poder Ejecutivo. Tampoco ha de vulnerar la independencia del poder Legislativo, o intimidar a la cúpula del poder Judicial, una separación de poderes que ha sido corrompida por presidentes mediocres y dogmáticos, como George W. Bush. Pero aunque Obama no busque monopolizar la voluntad del pueblo, y difícilmente sea corrompido por el poder, toda esperanza ahora descansa en sus hombros. Que Dios lo proteja e ilumine; y que nunca más debamos depender de un ídolo para alcanzar nuestra colectiva salvación.

Anónimo

lunes, 3 de noviembre de 2008

Velo al Ignorante

La ignorancia - por lo general - es atrevida. La justicia social no podría tener mejor aliado. Cuando la sociedad decide empezar de foja cero, mediante un nuevo contrato social que enmiende los abusos del pasado, la ignorancia es una herramienta sumamente útil. Cuando un nuevo amanecer destella rayos de esperanza, una manera de construir un orden equitativo es colocar a los legisladores detrás del “velo de la ignorancia, una herramienta conceptual que utiliza John Rawls en su teoría de la justicia. Lo que el legislador debe ignorar - si pretende ser justo - es si el nuevo contrato social ha de beneficiar desproporcionalmente a los suyos. El arte de momentáneamente abandonar la investidura de la identidad, en nombre de la justicia, es una ignorancia que únicamente pueden asumir aquellos que realmente creen en la igualdad.

En su teoría de la justicia, Rawls asume que el poderoso siempre intenta someter al más débil. Esa inclinación natural del ser humano queda claramente enmarcada en los comentarios del presidente del Comité Cívico Popular, Édgar Mora, cuando le confiesa al periodista John Arandia de la red Uno que, en su forma de pensar, “la mayoría manda, la minoría acata”. En el espiral de violencia que consume al ser humano desde épocas remotas, la tortilla del poder se ha dado la vuelta varias veces. Seguir subordinando a la sociedad a los permanentes ciclos de enfrentamiento, es obligar a toda la población aprender - sobre todas las cosas - sacudir el yugo del más fuerte, en lugar de prepararse para contribuir a un bien mayor. Cuando los poderosos legislan para favorecer a los suyos, es inevitable subyugar a la sociedad a los ciclos que encadenan, en turnos sucesivos.

Los ciclos son inevitables. El ciclo más largo en Bolivia es también el más violento, y ha durado más de quinientos años. Los más fuertes sometieron a los demás, utilizando la etnia como su herramienta favorita. Se supone hemos roto las cadenas del racismo. Otros ciclos son mucho más cortos. El ciclo en Estados Unidos de un libre mercado desenfrenado, con mínima regulación por parte de Estado – que empezó con Ronald Reagan en 1980 – llega también a su fin con la elección de Barack Obama. Los ciclos económicos típicos del capitalismo, una montaña rusa de burbujas de crecimiento especulativo, seguido de una caída al abismo financiero, vuelcan el estómago del más arriesgado. El planeta entero ahora debe corregir y superar el detestable ciclo de la recesión. Los ciclos sociales y económicos, sin embargo, son muy diferentes. Contrastarlos tal vez ayude iluminar la rocosa pendiente que pretende trepar la sociedad boliviana.

El mandato de un contrato social es crear un terreno equitativo para los actores económicos, políticos y sociales. En la medida que las reglas de juego son justas, la sociedad desarrolla un espíritu de tolerancia, que permite encontrar en la diversidad una fuente de riqueza, en lugar de una razón para discriminar. En contraste a un mandato constitucional que obliga la igualdad ante la ley y garantiza igualdad de oportunidades, las medidas fiscales y monetarias son herramientas que utiliza el gobierno para contrarrestar fuerzas inflacionarias, superar recesiones económicas, y promover empleo. Las primeras son inamovibles y crean condiciones para mayor justicia; las segundas son discrecionales y fomentan condiciones para mayor desarrollo, corrigen deficiencias propias del mercado y ayudan a mejor redistribuir la riqueza. Normas que ayuden a poner fin a los ciclos del sometimiento e injusticia pueden ser eternamente enmarcadas en un contrato social. Pretender ponerle un fin “por decreto” a los ciclos económicos que periódicamente azotan al mercado, es manifestar de todas las posibles ignorancias, la que más daño nos hace.

El velo de la ignorancia ayuda a escapar del instinto primitivo de someter al más débil, porque obliga al individuo a definir aquello que es justo en términos universales. Es decir, detrás del velo de la ignorancia el individuo no sabe si ha de nacer varón o hembra, si ha de ostentar mayoría en el congreso, si su etnia es la dominante, o cual será su condición social. Esta ignorancia es buena, porque si el individuo no sabe a cual grupo ha de pertenecer, entonces no puede favorecer a un grupo en particular. Al ignorar el legislador si será rico o pobre, ateo o beato, hombre o mujer, la norma no incorpora en su espíritu el instinto natural de favorecer a los que hacen norma. Un contrato social que es suscrito bajo la premisa del velo de la ignorancia, garantiza que las normas constitucionales sean elaboradas sin los prejuicios que nacen de ejercer el poder en beneficio de aquellos que momentáneamente ejercen mayor fuerza.

El hijo de Mora tal vez demore su voluntad de -cuando sea grande -ser quien quiere ser, incluyendo un poeta o empresario. Su libertad de elegir entre las miles de diferentes actividades humanas forma parte de las libertades que hacen de la diversidad una herramienta útil para la sociedad. No tendría ningún sentido legislar que todos debamos elegir entre ser agricultor con menos de 10 mil hectáreas, profesor, médico o burócrata. Detrás del velo de la ignorancia, el legislador tampoco sabe si nacerá con el don de la vista, inclinación conservadora, o atraído sexualmente hacia los de su mismo género. Detrás del velo de la ignorancia la justicia requiere proteger los derechos por igual. Aquellos que actúan demasiado conscientes de su identidad, para luego crear normas ofuscadas por sus intereses particulares, pueden robarles a los demás la iniciativa o derechos que le permitan hacer de sus vidas algo diferente, sea dinero o inservible poesía.

En cuanto a las políticas fiscales y monetarias, el gobierno debe tener la flexibilidad de elegir entre un ramillete de posibles medidas que incentiven y regulen la actividad económica. La actividad económica a veces requiere de menores impuestos que incentiven la inversión; otras veces requieren de mayores impuestos que ayuden a reducir el déficit fiscal. Aquel que gobierna debe tener acceso a diferentes instrumentos que permitan regular no solamente la actividad empresarial, sino también los ciclos del mercado que afectan – entre otros – el nivel de empleo. Utilizando políticas fiscales y monetarias, el gobierno puede incentivar la creación de empleo. Lo que no puede hacer es crear empleos por decreto. En una economía normal el nivel de desempleo fluctúa entre un 4- 6%. Lograr “total empleo” es imposible, para empezar porque implicaría que nadie renuncia o jamás cambia de trabajo. El fundamentalismo político, sin embargo, quiere hacernos creer que la pobreza y el desempleo son una aberración.

¿Puede legislarse el empleo y la riqueza? El empleo y la riqueza la crean los individuos, mediante su esfuerzo y sacrificio. El gobierno puede ayudar, mediante políticas que resuelven y se dirigen a problemas coyunturales, propios de la dinámica del mercado. Suponer que es posible – o deseable – establecer pilares estructurales que controlen toda fluctuación del mercado, es levantar castillos de arena cerca al mar. Los mercados están en permanente movimiento. Mientras que construir una represa permite generar electricidad, atajar todo riachuelo es una receta para convertir en desierto lo que antes fue un vergel. Los mercados, al igual que el agua, deben ser libres también de cambiar de curso y dirección, ajustándose al terreno. Pretender controlar la economía es pretender que el agua solo debe fluir hacia la represa del centralismo Estatal. El fundamentalismo económico es la verdadera aberración, y su necesidad de lograr arrodillar el flujo del mercado es un mandato para asfixiarlo.

El “socialismo” de Europa, y la nueva versión de Barack Obama, utilizan políticas fiscales y monetarias para crear riqueza y distribuirla equitativamente. Las políticas fiscales, por ejemplo, se ajustan a la coyuntura. A veces la coyuntura demanda obligar a los más ricos aportar más al desarrollo de la infraestructura necesaria. En el gobierno de Obama, los más ricos aportarán más a la transición hacia una economía ecológica e independencia energética. El invertir en proyectos de infraestructura – neokeynesianismo – ha de crear una demanda agregada, que a su vez creará mayor empleo. Cuando el ciclo de recesión pase, tal vez lo aconsejable sea reducir el gasto público y déficit fiscal. En este sentido, un contrato social que obligue al Estado utilizar únicamente algunas cuantas herramientas de la economía moderna, tan solo limita las opciones disponibles y necesaria adaptabilidad. Es decir, una economía moderna debe tener la flexibilidad de contar entre sus herramientas con martillos, alicates, hachas, bisturís y serruchos. De lo contrario, si triunfa el fundamentalismo intelectual, obligando al gobierno utilizar únicamente martillos, entonces todos los problemas económicos tendrán cara de clavo. Si en otros 50 años el Estado crece desproporcionalmente, creando otros nocivos desequilibrios, la sociedad debe tener la capacidad ajustar sus políticas. Si el nuevo entorno así lo demanda, la sociedad debe tener la libertad de optar por reducir la intervención gubernamental, en nombre de la iniciativa privada. Robar flexibilidad en nombre de un dogma, es fundamentalismo suicida.

Ignorar las diferencias entre ciclos de sometimiento social y ciclos económicos es una receta para la estéril sequia de la lucha de clases. Erradicar por siempre los ciclos de dominación social por parte de los más poderosos es un mandato que puede ser avanzado mediante normas racionales. Los ciclos en la economía deben ser controlados mediante mejores políticas gubernamentales. Para ello se requiere de todo tipo de herramientas, incluyendo la intervención del Estado. Pero intentar obligar por decreto que desaparezca el flujo en el mercado, bajo la ilusión de una “planificación racional”, es pura ignorancia, de las que avanzan el hambre, en lugar de la justicia.

Flavio Machicado Teran