lunes, 22 de septiembre de 2008

Ablando al Otro

El espíritu humano iba a trascender de forma masiva en el siglo XXI. Lejos de habernos iluminado, somos un caldo de emociones negativas. La tecnología transformó el entorno material, perfeccionando la posibilidad de comunicarnos. El uno al otro como nunca antes ahora estamos conectados; ya nadie se queda sin la herramienta con la que puede hablar. Pero en lugar de dialogar, buscamos ablandar la resistencia del otro, obligándolo a aceptar que su “entendimiento” de cómo vivir la vida es erróneo.

Dar la otra mejilla no quiere decir aceptar humillaciones, sino escuchar y entender al otro en sus propios términos. ¿Qué tanto mejor serían nuestras relaciones si nos detuviésemos un segundo a ponernos en el lugar de los demás? Lejos de habernos liberado de nuestro egoísmo, somos un enjambre de inseguridades que se aferra a la capacidad - o poder - de controlar nuestros más íntimos amores. La democracia transformó el entorno humano, confiriendo al pueblo libertad de expresión. Pero el uno del otro seguimos desconectados, encerrados en una jaula de narcisos que pretenden que sean los demás los que escuchen y se pongan en su lugar. De idéntica manera, en lugar de coincidencias políticas o ideológicas, el proyecto de ambos bandos es ablandar la posición del otro, para imponer su control sobre el destino de una nación – o fracción - insufriblemente dividida.

Me pregunto si algún camba se pregunta cómo debe sentirse un kolla que considera que el sistema racista lo ha humillado y relegado a condición de ciudadano de segunda clase. Me pregunto si algún kolla se pregunta cómo debe sentirse un camba que considera que su fuente de empleo y bienestar de su familia corre peligro debido a políticas que espantan la inversión y desincentivan las exportaciones. Nadie escucha al otro, ni lo ve. Cada quien se enfoca en su propio dolor o angustia. Nuestros líderes, sin embargo, deberían obligarse a meditar sobre lo que sienten los otros, aunque sea tan solo con la intención académica de realizar el ancestral ejercicio budista de observar la otredad.

Aunque tan solo con el objetivo político de avanzar su propio argumento, ¿no podría la media luna lanzar una rama de olivo comprometiéndose a ayudar remediar la lacra histórica del racismo? A su vez, ¿no podría el gobierno lanzar una rama de olivo exponiendo su voluntad de contribuir a la estrategia de expandir el mercado internacional para productos bolivianos? Tal vez para ambas partes realizar el argumento sea difícil, porque espetar “indio” parece ser aceptable sustituto de un argumento racional, a la vez que el dogma neo-nacionalista parece favorecer la geopolítica por encima de crear empleos.

Aunque tan solo con el maquiavélico propósito de avanzar la agenda de autonomía, es prudente aplacar la estrategia de atizar el racismo. A su vez, incluso si el mercado es quien realmente manda y los políticos son apenas empleados del sistema, tampoco tiene sentido “liberar” al pueblo de su tiranía destruyendo la economía. ¿O es que estamos todos dementes?
Es predicar al viento sugerir mínimos puntos de coincidencia. No existe voluntad de aceptar dos principios irrefutables: debemos subsanar el racismo y subsanar el mercado. La descentralización ha de crear desarrollo, el desarrollo empleos, y ello permitirá eliminar la peor consecuencia del racismo: la pobreza. Pero esa lógica se ha perdido, lo mismo que el espíritu de hablar. En el siglo XXI, en Bolivia se imponen las ganas de ablandar al otro.

Flavio Machicado Teran

jueves, 11 de septiembre de 2008

Sin Gracia

El ex-presidente Sánchez de Losada empezó su mandato utilizando su rodillo parlamentario para ejecutar vendettas personales. Nadie protestó, porque a nadie afectaba su abuso del poder. Luego, enfurecidos vecinos arrebataron las armas de soldados que circulaban en las afueras de Cota Cota, quemando su camión militar. Una vez más nadie protestó, porque todos estábamos aterrorizados. La arrogancia de Goni fue exacerbando al pueblo, un derrotero que fue alimentando la violencia. Como último recurso, el presidente constitucional utilizó las Fuerzas Armadas para detener un “golpe cívico- sindical”.

En lugar de un “monopolio” de la violencia, ahora tenemos varias sucursales, en un mercado libre de caos y terrorismo patrocinado por cívicos y Estado por igual. La sociedad civil – sin excepción - ha conferido legitimidad a la estrategia de enfrentamiento y violencia hacia el orden impuesto. Cuando el MAS era protagonista de dicha violencia, la estrategia era legítima. Ahora acusa a las masas de pretender asestar un golpe “cívico- prefectural”. La arrogancia del actual Gobierno es idéntica a la que ejerció Goni; la estrategia de los cívicos es idéntica a la que utilizó la que entonces era oposición. La diferencia es que las Fuerzas Armadas han sido acusadas de complicidad en un supuesto genocidio, reducida su misión a la ambigua orden de utilizar sus armas con templanza.

Después de octubre negro nadie se molestó en discutir las competencias de las FF.AA. El debate político se redujo a revanchismo político y demagogia, creando mayor ambigüedad en el deber de nuestro Ejército de proteger nuestro orden constitucional. Un vacío normativo es peligroso, porque ata las manos o permite cometer actos detestables. Tal fue el caso con la tortura durante el Gobierno de Bush. Irónicamente, su posible sucesor, John Mc Cain, fue torturado en Hanoi. El candidato a la presidencia norteamericana ahora reconoce que, al legitimar la tortura, su nación fue arrastrada a idéntica falta de decencia básica que su adversario.

La semana pasada el debate electoral en EE.UU. fue sobre lápiz labial en un cerdo. Una vez el polvo electoral se asiente, sus líderes definirán leyes y competencias que han de regir la conducta institucional, incluyendo la ilegalidad de la tortura. En contraste, aquí nadie se atreve siquiera opinar sobre las competencias de nuestra última línea de protección institucional: las FF.AA. En lugar de lineamientos que normen el ejercicio de su deber, la demagogia populista ha creado antecedentes que obligan a nuestros soldados observar una huelga de brazos caídos, sin entender exactamente cuál es su sagrada misión. La nueva orden de disparar a matar carece de un marco normativo que defina cómo o cuando utilizar fuerza mortal.

Bajo la carpa del permanente circo se pretende imponer “transformaciones profundas” en autocracia; a la vez de crear mercados expulsando; a la vez de dialogar provocando; a la vez de confundir el deber de los únicos capaces de protegernos del caos. La demagogia e infantil voluntarismo han alcanzado nuevos niveles de bufonería; los vacios políticos, constitucionales e institucionales han dejado al pueblo sin un orden legal. Utilizar el juguete del Estado para jugar a reivindicaciones por decreto despertó mucha esperanza y causó mucha gracia, especialmente en el extranjero. Pero el precio de seguir payaseando se ha vuelto demasiado alto; insistir en resolver la crisis pintándose la cara de rojo, amarillo y verde un patriotismo sin gracia y lleno de dolor.

Flavio Machicado Teran

lunes, 8 de septiembre de 2008

Estúpida Ecología

Al padre del actual presidente Bush lo llamó “estúpido” y ganó la presidencia de EE.UU. Carismático y con gran don de la palabra, Bill Clinton entró a la Casa Blanca haciendo énfasis en la economía. Dieciséis años más tarde, por hacerse la burla de su sugerencia que inflar bien las llantas de un vehículo reduce su consumo de gasolina en 3%, Barak Obama llama a sus oponentes “ignorantes”. Otro tema electoral que evoca a “estúpido” - adjetivo protagonista del presente artículo - son aquellos que llevan a cabo la labor de pasillo para avanzar intereses particulares, conocidos como “lobbyists”. Estos cabilderos ejercen un derecho fundamental de la democracia: El derecho que tiene todo ciudadano, grupo de interés o corporación de solicitar al Gobierno una compensación por habérsele negado un derecho legal o causado una injusticia. Este derecho no es absoluto y el Gobierno no está obligado a conceder una audiencia a todo aquel que pretenda reclamar se rectifique una ilegalidad. Como suele suceder en todo tipo de diseño constitucional, los que ostentan el poder acaban teniendo más derechos que otros.

En Bolivia el poder que confiere favoritismos es un poder político. En EE.UU. el que resulta ser muy elocuente en ese sentido, su voz la más cristalina, es el dinero. Los cabilderos más efectivos, por ende, son aquellos que representan a grandes corporaciones. Sus profundas billeteras y donaciones a las campañas políticas de diputados y senadores abren puertas y afinan el oído de los que fueron elegidos para defender los intereses del pueblo. El pueblo norteamericano, sin embargo, está harto que su voz sea opacada por los intereses particulares de los capitanes de la industria. Ambos candidatos a la presidencia de EE.UU. han prometido limitar la influencia de los cabilderos privados. “Sus días están numerados”, exclama convencido John Mc Cain. Su contrincante en la izquierda, Barack Obama, le contesta señalando que el jefe de campaña de Mc Cain y varios en su equipo son los más grandes cabilderos de Washington. “¿John Mc Cain les va a decir a aquellos que manejan su campaña electoral que sus días en Washington están contados?”, pregunta retóricamente Obama. Agrega con gran saña, “¡Deben creer que ustedes son unos estúpidos!” La que resultó ser la estúpida, sin embargo, es la ecología.

Cuando Karl Marx pronosticaba el fin del capitalismo, nunca se imaginó que el desarrollo industrial pondría en peligro la existencia humana. Tampoco imaginó que el éxito económico del capitalismo engendraría una crisis existencial con el potencial de avanzar el designio humano de romper las cadenas de una embrutecedora sociedad de consumo mucho mejor que el conflicto de clases. La posibilidad de un nefasto y catastrófico destino compartido, después de todo, es mucho más efectiva en amalgamar a los diferentes grupos sociales, que apelar a una conciencia sectorial. En la medida que el imperativo del permanente crecimiento industrial del capitalismo requiere reproducir autómatas con insaciable apetito de juguetes electrónicos, ciegamente dirigidos al abismo del calentamiento global, los días del capitalismo también están numerados. Es decir, Marx no pudo anticipar el potencial revolucionario de una conciencia humana – no de “clase” – que impulse al ser humano a tomar control del aparato productivo, eliminando la propiedad privada industrial no en nombre de la justicia social, sino de la supervivencia física del planeta. Una vez que el imperativo ecológico haya derrotado el aparato industrial militar, nuestra especie podrá por fin marchar jubilosa hacia un mundo sin jerarquías, en perfecta armonía con la madre Tierra. Pero en lugar de ser cómplice de la liberación humana, resulta que la ecología se está convirtiendo en la mejor aliada de la economía de mercado.

El olor del desarrollo industrial del siglo XX es a carbono quemado, ya sea en las eternas carreteras de asfalto, o los desechos que escupe el mayor objeto del deseo de consumo y nuestra más cotizada pertenencia. El automóvil - y las redes viales que fueron a la vez conductos de sangre y sistema nervioso de la sociedad - son el icono de la modernidad y su más trascendental mercancía. Sin el vehículo el milagro económico de la post guerra jamás hubiese sido posible. Alemanes y japoneses mantuvieron intactas estructuras fascistas en sus economías, una complicidad entre Estado y empresas estratégicas fabricantes de automóviles, para invertir en investigación y desarrollo de tecnologías que permitieron avanzar sus aparatos industriales, importando acero para luego exportarlo con gran valor agregado.

Los EE.UU. son los que más combustibles fósiles han quemado en la historia. Sus grandes Hummers son símbolo de opulencia y total indiferencia a la “huella fósil” que dejan sobre el planeta aquellos que tienen más poder y menos conciencia. Parecía que la madre Tierra, mediante su hija favorita, la ecología, por fin castigaría a la codicia y lujuria de consumo desenfrenada de los cerdos capitalistas. La industria norteamericana de Detroit parecía destinada a seguir el mismo destino que los microorganismos que proporcionaron hace millones de años la materia prima con el cual se impulsa estos monstros cuadrados de metal. El precio de la gasolina subió abruptamente, poniendo nervioso a los mercados y ciudadanos por igual. Debido a que los grandes vehículos consumen este precioso bien cual alcohólico de vacaciones en el Caribe, se ha precipitado la crisis más profunda jamás experimentada por la industria automotriz norteamericana. ¡Dulce venganza!

Pero algo sucedió en camino a la redención humana. La ecología, en lugar de aliarse a nosotros los desafectados por la metalizada modernidad, prefirió apostar a las leyes del mercado. Con el conocimiento básico hecho público en Google y armados de poderosas computadoras, en lugar de ingenieros en Toyota y Volkswagen desarrollando cada vez mejores automóviles, ahora existen cientos de miles de individuos que afanadamente intentan desarrollar las tecnologías y motores del futuro. Teorías de conspiración de “quién mató al coche eléctrico” a un lado, la seguridad nacional de los EE.UU. ahora depende de su seguridad energética. Lo peor de todo es que independizarse del yugo de Irán y Venezuela ahora no sólo es una manera de proteger su economía, sino que resulta también ser el alba de la nueva revolución industrial: La era de la tecnología energética.

Los chinos se quejan amargamente que los norteamericanos tuvieron 120 años para contaminar el planeta, por lo que ahora les corresponde el turno. Thomas Friedman se jacta de encrespar primero al intérprete y luego al interlocutor cuando les contesta, “ensucien todo lo que quieran. En menos de una década les venderemos la tecnología que les permita nuevamente respirar”. Una de las características de una economía de mercado es que asigna recursos en respuesta a incentivos reales, y no a la gran imaginación o poderes clarividentes de los gobernantes. Las nuevas tecnologías ecológicas están siendo desarrolladas en este preciso instante. En un abrir y cerrar de ojos – evolutivamente hablando – tendremos motores a los que deberán añadirles ruido (similar a añadir olor para identificar escapes de gas) para evitar que los ciegos sean atropellados intentando cruzar la calle.

Transformar la flotilla actual de vehículos a coches inteligentes que utilicen las fuentes de energía del futuro representa un gran negocio. Aquella nación que primero desarrolle motores de hidrogeno, eléctricos, energía solar o de viento eficientes, a la vez de mejores reactores nucleares para vendérselos (entre otros) a Irán, será líder de la nueva revolución industrial. En lugar del apocalipsis del capitalismo, con una gloriosa transición a una economía provincial y autárquica que elimine no sólo la sociedad de consumo, sino miles de millones de seres humanos que han plagado inútilmente el planeta, tendremos una nueva post guerra, sin fundamentalismos religiosos, terrorismo o hambruna generalizada. En lugar de destruir el capitalismo, la ecología se ha de encargar de encontrar un equilibrio entre mercado y Estado, con los gobiernos de naciones industrializadas colaborando con el sector privado para desarrollar energías verdes. En lugar de una utopía centralizada que nos libere de nuestros bajos apetitos, tendremos una era de crecimiento económico y prosperidad jamás vista en la historia de la humanidad. En lugar de cabilderos en Washington luchando por el coche eléctrico, la ecología ha de utilizar las fuerzas del mercado para desatar una verde revolución. ¡Estúpida ecología!

Flavio Machicado Teran

jueves, 4 de septiembre de 2008

Atajo al Desarrollo

Incapaz de ubicar a París en el mapa, el Presidente Melgarejo envió en 1870 un importante contingente del ejército boliviano para defenderla de un ataque alemán. Cuando un general le recordó que tomaría demasiado tiempo llegar y que habría que cruzar el océano Atlántico, Melgarejo espetó, “No sea estúpido, tomaremos un atajo”. La incompetencia y arrogancia de Melgarejo ahora tiene competencia en los anales de la historia, con la guerra que nuestro comandante en jefe acaba de declararle a las leyes del mercado.


El colapso del sistema económico mundial está siendo anunciado por los profetas del apocalipsis financiero. Su preocupación es sana y comprensible, a la vez que representa una fuerza vital del ser humano; un espíritu que desde tiempos inmemorables impulsa transformaciones necesarias para crear un sistema más justo y benevolente. El objetivo de los viudos del comunismo es loable y compartido por todo ser humano con la más mínima conciencia social. Ello no convierte automáticamente sus recetas en las apropiadas para superar la actual crisis (o mejorar la condición del pueblo), sobre todo cuando la receta no es otra cosa que una visceral manifestación de frustración que no dice (o hace) absolutamente nada. Su dolor existencial - convertido en panfletos de ignorancia - pretende reducir la complejidad de una economía globalizada a la falacia del hombre de paja que han creado con la caricatura del “neoliberalismo”.


Una pregunta sencilla puede ayudar a resolver el dilema. Si el culpable del descalabre mundial es el neoliberalismo, ¿es también culpable el liberalismo? Si existe una diferencia entre ambos ¿existen elementos rescatables del modelo liberal? ¿Cuáles? Lejos de establecer una discusión semi-sofisticada del problema, no existe la más mínima decencia y honestidad intelectual de definir al supuesto enemigo de la humanidad. El sofismo es tan sencillo como efectivo. Han logrado crear una abstracción que captura toda la frustración hacia el sistema de libre mercado, pero en vez de llamarlo “comercio internacional”, “inversión privada”, “ley de la oferta y demanda”, lo llaman “neoliberalismo”, para así arengar un odio basado en miedo e ignorancia. Muy astuta la estrategia, a la vez de absolutamente deshonesta.

La astucia política y oportunismo histórico de los nuevos poderosos ha sabido brillantemente capturar el desgaste de un pueblo cansado de racismo, exclusión y humillación. Su gran logro político lamentablemente viene acompañado de total falta de criterio económico. Sería interesante, por ejemplo, escuchar por parte de nuestros gobernantes su opinión sobre las diferencias que existen entre el neoliberalismo y el liberalismo “a secas”. El debate nacional, sin embargo, es sobre la legitimidad del poder y sobre las reglas de juego que serán próximamente impuestas a la fuerza. Por ende, si el MAS no fue capaz de discutir la lógica de su proyecto económico (más allá de vacías consignas “anti” A, B y C) antes de ser elegido gobierno, mucho menos explicará cual es el proyecto (más allá de recuperar los recursos nacionales) ahora que tiene el mazo del poder. La historia de la humanidad – afortunadamente – se encargará de traer Mahoma al altiplano.


Dos factores serán imposibles de ignorar por el triangulo bolivariano anti-liberal: el éxito del capitalismo en China y el triunfo del liberalismo de la izquierda de Obama. El primero es liberalismo sin libertad, el segundo es capitalismo sin prostituido mercado. Por una parte, los chinos han adoptado un modelo de desarrollo que atrae inversión extranjera para crear una economía dinámica capaz de alimentar a muchísimas bocas. Con lo que los chinos no quieren complicarse la vida es con el concepto occidental de libertades individuales y democracia. Por otra parte, el liberalismo de Obama tendrá como norte ideológico redistribuir la riqueza y cerrar las piernas del libre comercio, por lo menos lo suficiente como para evitar que las empresas norteamericanas, como Ford y General Motors, se globalicen al punto de convertirse en Chinas. El liberalismo de Obama intentará proteger los empleos de la clase trabajadora norteamericana, mientras que el capitalismo Chino intentará importar los empleos norteamericanos. Esta redistribución de riqueza dentro de EE.UU., y entre Este y Oeste será ejecutado bajo principios de libre mercado, con estricto respeto de la ley de oferta y demanda, y bajo una dinámica de desarrollo económico posible gracias a la inversión privada.


No obstante el continuado éxito del modelo de desarrollo liberal, la crisis hipotecaria, alimentaria y energética es utilizada como prueba del descalabro del modelo “neoliberal”. Empecemos por la crisis hipotecaria. Con el objetivo de permitir a familias de bajos ingresos se conviertan en propietarios de su hogar, el Ministerio de Vivienda y Desarrollo Urbano de EE.UU. requirió a dos empresas “patrocinadas” por el gobierno adquirir préstamos más atractivos para el público. Es decir, a través de estas dos empresas las familias de bajos ingresos reciben un tipo de subsidio gubernamental para obtener un techo más barato. Estas dos empresas son Freddie Mac y Fannie Mae, que aunque pertenecen a accionista privados (con una cartera de 1.4 millones de millones de dólares), reciben un “patrocinio” del gobierno (con privilegios que no tienen empresas privadas) con la condición que avancen un propósito público. Es así que estas dos empresas patrocinadas por el gobierno reciben un subsidio estimado en 6.5 mil millones de dólares al año. El subsidio consiste en que están exentas de pagar impuestos y el privilegio de prestarse dinero más barato. Para ponerlo en perspectiva, estas dos empresas tienen una cartera equivalente a más de 300 veces lo que Bolivia exportaba en un año, y reciben un subsidio equivalente una cuarta parte de todo lo que producimos.

Freddie Mac y Fannie Mae son la mayor fuente de préstamos hipotecarios en EE.UU., y prestan a familias en regiones pobres del país. Por muy reguladas que sean estas empresas, es muy difícil evitar la especulación por parte de ciudadanos que abusan del sistema, que se prestan dinero para especular con casas que alquilan a terceros, bajo el supuesto que su precio seguirá subiendo. A su vez, el mercado tiene un mecanismo de auto-regulación que hace que el precio de bienes sobrevaluados sufra un proceso de reajuste, que ha visto el precio de los inmuebles caer precipitosamente. Las familias no son culpables, ni deben sufrir por esta rectificación. Por ende, un proyecto de ley patrocinado por los liberales en el congreso de EE.UU., aprobado por la cámara baja y el senado, ha sido diseñado para que la Administración de Vivienda Federal (ADV) garantice hasta 300 mil millones de dólares en refinanciamiento de hipotecas. El objetivo es evitar que familias pierdan su hogar, y estabilizar el mercado de viviendas para evitar el colapso de bancos e instituciones financieras. En caso de existir perdidas por préstamos respaldados por la ADV, estas pérdidas serian asumidas por el gobierno, y no por los bancos. El presidente Bush ha autorizado al congreso aprobar un paquete de rescate financiero que autoriza al gobierno comprar miles de millones de dólares en acciones de Fannie Mae y Freddie Mac y una línea de crédito del Tesoro para hacer frente a sus necesidades de financiamiento de corto plazo. La intervención del Estado permitirá que especuladores (padres de familia que asumieron riesgos demasiado elevados con tal de ponerles techo a sus hijos) no pierdan su hogar.
Otros que especulan son los inversionistas en el mercado de futuros de petróleo, que compran hoy el petróleo que será producido en (digamos) seis meses, para vender estos futuros a empresas que consumen grandes cantidades de combustible. Mediante la compra de futuros, las empresas pueden garantizar un precio al consumidor. Es un negocio arriesgado, donde se hacen y pierden fortunas. Con el actual enfrentamiento entre Israel, EE.UU. e Irán, además de la presión del incremento en la demanda mundial - en gran parte gracias a China e India - sobre el precio del petróleo, estos inversionistas están poniendo presión adicional. No debemos olvidar, sin embargo, que la mayor parte de las ganancias van a los productores de petróleo, cuya producción está en manos de gobiernos nacionales. En otras palabras, el petróleo del mundo ya ha sido nacionalizado. A menos que la propuesta sea eliminar el mercado de futuros, junto a la ley de oferta y demanda, pretender que “nacionalizar” la economía global (y crear un mecanismo mundial para establecer precios) ha de evitar una mayor escalada en los mercados aquí discutidos, es tan razonable como suponer que eliminar los colegios mixtos ha de eliminar el sexo entre adolecentes.

Por último, el sector agrícola es el sector que mayor subsidio gubernamental recibe en el planeta. Es decir, los tres mercados en problemas, lejos de estar estrictamente en manos privadas, ya sea reciben subvenciones, o están en manos de gobiernos nacionales. Con esta mención no quiero sugerir que estos mercados no deban ser regulados, intervenidos, o sus “dueños” exonerados de su responsabilidad social. Pero argumentar que las políticas “neoliberales” son las culpables del proceso de reajuste en la economía global es pura retorica sofista. Lo que los profetas de la crisis financiera no aceptaron en 1929, y tampoco aceptarán en 2009, es que la economía de libre mercado tiene la gran virtud de reasignar recursos en épocas de recesión, de manera de permitir crecer industrias con nuevo potencial (p.e. ecológico), y eliminar industrias cuyo ciclo de vida ha llegado a su fin. Suena cruel, y gente sufre en el proceso. Por ende, el gobierno debe intervenir para ayudar a quienes pagan un precio mayor que los cerdos capitalistas que pierden sus industrias, pero siguen teniendo millones. Mucho más cruel, sin embrago, sería que la economía global colapse y, en vez de un pequeño porcentaje de la población sin empleo, sean las grandes mayorías las que pasen hambre.

El gobierno boliviano no puede controlar los precios dentro de una economía de 10 millones de individuos, pero se siente con el deber moral de dar lecciones a los gobernantes de China, que han optado por el libre mercado y comercio exterior para sacar a sus miles de millones de ciudadanos de la pobreza. Vincent Lo, uno de los cerdos capitalistas detrás del éxito de la China en salir del subdesarrollo dice, “la única manera de lograr que una economía del tamaño de la China se mueva velozmente es a través del sector empresarial”. La Sociedad Armoniosa del presidente Hu Jintao, por ende, representa la armonía entre crecimiento económico y desarrollo social. Los chinos entienden que los dos son necesarios, y hablan de Francia y Alemania como las nuevas naciones socialistas de siglo XXI, que ofrecen seguridad social a la vez que utilizan la ley de oferta y demanda para asignar recursos. China, en contraste, aun no puede ofrecer esa seguridad social, y se ha convertido en la nación más pro-empresarial del planeta. El nuevo eje del mal “liberal” contra el cual nuestro gobierno pretende pelear una guerra, por ende, deberá incluir al ex-Dragón Rojo del Este.

Si vamos a la guerra, a nuestro pueblo debe quedarle muy claro que el nuevo enemigo ya no es “neoliberal”, sino el modelo “liberal” a secas, que incluye el comercio exterior y la ley de oferta y demanda. Al igual que en la guerra contra el terrorismo de EE.UU., Bolivia ahora perseguirá a su propio Hussein. Pero nuestro Hussein es Hussein Obama, quien junto a China y Francia forma parte del eje de mal “liberal”, a quienes se supone venceremos tomando (al desarrollo) un nuevo atajo.


Flavio Machicado Teran